Restaurante Candlelight // S'Agaró
Candlelight
Hostal de la Gavina. S'Agaró.
T: 972.32.11.00.
Precio medio (sin vino): 75 €
Menú degustación: 85 y 120 €
Romain vuela alto en La Gavina
El cocinero Romain
Fornell, nacido en Tolouse en 1976 y en Barcelona desde hace 17 años, sabe de
la responsabilidad histórica que significa estar al frente del Candlelight,
restaurante señero del Hostal de La Gavina de S’Agaró, porque prácticamente el
turismo moderno fue fundado en estos peñascos, donde los árboles retorcidos
hablan del poder del viento.
Fue en 1908 cuando Ferran Agulló nombró las
escarpaduras que costean de norte a sur como la Costa Brava en La Veu de Catalunya y solo 24 años
después la familia Ensesa inauguró el hotel, lugar público entre los chalets
privados y discretos y opulentos que forman parte de aquella urbanización
noucentista que imaginó Josep Ensesa Pujadas y que creó el arquitecto Rafael
Masó.
Desde el año pasado,
Romain dirige la gastronomía de La Gavina –ah, el sashimi de rodaballo con
jalapeños del Garbí– y de la vecina Taverna del Mar –con el chef Gaetan Paulus
al frente– y desde esta primavera ha vuelto a prender la luz en un Candlelight
renovado, con Francisco Cornejo en la sala y Laurentino Costa y José Pulido en
la cocina. Sueña el chef con sumar otra estrella a la que ya enjaula en el
Caelis del barcelonés Hotel Palace. De hotel a hotel y de estrella a (futura)
estrella.
“No quiero hacer
locuras, sino una cocina con raíz clásica. Una cierta idea de cocina francesa
con producto de aquí. Pensar en la gran cocina que se hacía en los hoteles de
costa”, reflexiona Romain.
Ha aterrizado en el sitio idóneo entre candelabros y
maderas nobles y columnas y la misma atmósfera que respiraron Ava Gardner y
aquel Frank Sinatra enloquecido por los celos. Lo óptimo sería bucear en los
recetarios –cuidado con la apnea– y recordar al abuelo Ricardo Fornell, que
marchó de La Coma i la Pedra, en el Solsonès, para mandar en el parisino Le Coq
Hardi, donde bordaba el “coq au vin”.
No lo conoció el nieto porque murió en 1976, el año de su nacimiento. Va por
buen camino con el pichón en cocotte.
Un tinto de proximidad
que sugiere el sumiller, Carmelo Marcos, Vella Lola 2014 de Calonge, de Mas
Eugeni, garnacha y syrah. El (daliniano) huevo de oro con jamón ibérico, la
ostra punteada con caviar y tostadita de mantequilla ahumada, el erizo con
láminas de trufa.
Pongámonos serios con
la emulsión de marisco sobre bloque de hielo (esa vajilla efímera), cebiche de
dorada y un crujiente de gambas que prestaría mejor servicio con los entrantes;
y la gamba de Palamós, Señora Gamba, con capuchino del crustáceo.
Los platazos:
el Sant Pere con un velo de estragón, céleri
y judía verde y el filete de buey al humo de sarmiento (le sobra el fuagrás).
Tras la rueda de quesos, la representación de un grano de café con mousse de café torrefacto. Noche al aire
libre con algún trueno como redoble para el Sant Pere y el buey.
En la carta permanecen
dos éxitos de entreguerras: el escalope de fuagrás a la brasa y el chateubriand
a la bearnesa. ¿Qué platos ligeros y alegres y despreocupados tomaban aquellos
pioneros, aún con corbata y chaqueta, que se instalaban en este vergel ganado a
la roca?
Hay pistas en el Llibre de la
cuina catalana, ¡de 1931!, del citado Ferran Agulló: sopa de cabracho,
fideos con pichón, salmonetes a la llauna,
lenguado verde. Alberto Depau, director general de La Gavina, tendrá que abrir
baúles y expurgar cartas para Romain.
Nostalgia de los belvederes en el camino
de ronda, el perfil de aquellas mansiones que hablaban de veranos sosegados y
cultos.
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