I. Unos apuntes sobre la gala de entrega de las estrellas de la guía Michelin de la edición del 2024, que imita sin descaro las estrategias de quien más teme la publicación de origen francés: The World's 50 Best Restaurants. *¿Fueron justos los reconocimientos? Es tradición quejarse sobre lo roñosos que son los inspectores a la hora de repartir laureles, sobre todo, respecto de Francia, y siguiendo esa bonita costumbre afirmo que si no llega a ser por el gordo de Disfrutar, el resultado local es un desastre con solo dos estrellitas para Barcelona (Suto y Quirat) y ninguna para el resto de Catalunya. Hay que sumar (o restar) las bajas: Angle (Barcelona) de Jordi Cruz, que pierde una, y La Cuina de Can Simon (Tossa de Mar), que se queda en blanco. *Solo a partir de la edición del 2010, Michelin comprendió el negocio de la ceremonia: hasta entonces se avanzaba el resultado a unos pocos periodistas. Desde la epifanía han ido ‘inventando’ premios a la manera de The World's 5
[Este restaurante, que sigue dirigido por Ever Cubilla, se llama ahora Ètnik] Claris 118 Pau Claris, 118. Barcelona Tf: 934.882.837 Menú de mediodía: 13 € Medio menú: 8,50 o 10,50 € Chef de primera, menú del día El restaurante Claris 118, conocido antes como Mirym, es grande y con dos plantas, acondicionada la baja por los nuevos propietarios y en reconstrucción la primera. Presentan un menú de mediodía a 13 euros y si el transeúnte es curioso leerá con atención los papeles expuestos: ocho primeros, ocho segundos y siete postres. Entre los principales, lomo bajo con salsa de 'ceps' y lubina de estero con salsa vizcaína y judías verdes. ¡Lomo bajo en una minuta de diario! ¿En cuántos sitios plantan una pieza de vacuno mayor en un repertorio económico? ¿Quién está detrás del desafío de Claris 118? Pues Ever Cubilla, un viejo conocido de los días de gloria y caviar de la restauración, ex jefe de cocina de Espai Kru y de Rías de Galicia . He aquí el resumen de nuestro tránsito: d
Para desnudarse no hay que quitarse la ropa. La intimidad ha sido violada por cada uno de nosotros. Hemos renunciado a lo privado: somos exhibicionistas con gabardina ante las puertas del mundo. Las redes sociales –en las que reina la gastronomía con plumas de pavo real– nos han penetrado hasta el tuétano. El primer impulso es pensar que somos activos –obsesivos– en busca de la gratificación inmediata. Colgamos una receta o la foto del plato de un restaurante a la espera de la reacción instantánea de los seguidores. Chuchos con la lengua fuera reclamando el premio. ¿Dónde está mi galletita? Si las adhesiones – me gusta , retuits, likes —no llegan, ¿qué hay que pensar? ¿Somos impopulares? ¿No atinamos con los gustos? En el futuro se adivinan sesiones de terapia para desamparados. Las redes son tam-tam de solitarios. Saciados de que nos rasquen la cabeza, de las alabanzas, con el yo masajeado y obeso, saquemos provecho de las millones de aportacio
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