Viscoelástico
ojo. Una ciudadana,
Ester Quintana, perdió un ojo en la última huelga general. Salió de casa
completa y regresó tuerta. Los mossos, armados, niegan que sus disparos le hayan reventado el
globo ocular. El caso dura y dura: es normal,
la mutilación es gravísima y cada manifestante,
cada hombre y mujer libre, siente, en sus iris,
en sus córneas, el golpe cegador.
maullar. En las tertulias de radio también hay disturbios. Una de
esas noches, escucho a un
responsable político de los mossos que declara en una de las emisoras sobresaltadas. Ante
la autoridad, las fieras son mininos
sumisos y ronroneantes. El político con porra cuenta esto y aquello y los
periodistas le aplauden. ¿Qué ha pasado? ¿Nadie duda de su palabra? ¿Qué
pruebas aporta? ¿Cómo contrastar las afirmaciones? Ante el poder, ante el poder de verdad,
los bravos contertulios maúllan.
viscoelástico. Una pregunta,
una simple duda, sin malicia, jefe,
¿acaso los proyectiles viscoelásticos respetan los ojos? Parece como si esa
palabra blanda, material de
colchones, estuviera exenta de
daños.
tortilla. Ante una tortilla de patatas hecha con 40 huevos, el propietario de un bar lo confiesa: “Los chinos
quieren comprar mi bar, pero voy
resistiendo. De momento”. La tortilla de patatas es buena,
rubia, nave intergaláctica, algo cargada de albúmina. ¿Podrán esos chinos
imperiales levantar murallas como esta,
viscoelástica? Podrían copiarla, sí, pero en todo plagio hay un mecanismo interno
defectuoso.
colono. Una veintena de chinos han pasado ya por el bar, no los distingue,
desconoce si son de la misma familia o rivales. Están lejos de su territorio
urbano, nuevos colonos a la
conquista de esquinas. “Lo que les interesa saber es qué pago de alquiler”. El
dueño del tortillón tiene el propósito de aguantar,
aunque flaquea: los inspectores de Hacienda también lo frecuentan. Más en los
últimos meses. En un arrebato recaudatorio,
después de amnistiar a los delincuentes del dinero negro,
intentan garrapatear en los platillos de los pequeños empresarios. Si este
hombre cede, será por esos
acosadores viscoelásticos enviados por Montoro.
inepta. En la gasolinera,
después de repostar. Es un autoservicio: las multinacionales contratan máquinas, retiran personas,
y el producto es más caro. ¿Lo entiendes? A eso lo llaman economía. Cobra una
solitaria empleada, pero ha
abandonado la caja para ayudar a un distribuidor de combustible. Regresa y
tiene que atender a dos personas, se
lía, se pone nerviosa, se queja en voz alta,
la radio está a volumen de after, la situación –tan
simple– se torna viscoelástica. Entra un hombre que se ha extraviado y le
pregunta por cierto punto geográfico. La mujer lo despacha de mala manera. Es
una maleducada y una inepta, no
parece darse cuenta de la situación: pronto será sustituida por una máquina y a
los clientes les dará igual.
viscoelástico (y 2). Pelotas de goma. Proyectiles
viscoelásticos. Proyectiles, no lo
olvidemos. Armamento, al fin.
Políticos viscoelásticos, que hacen
daño.
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