El restaurante de la semana: El Pràctic
[Este restaurante ha cerrado]
El Pràctic
El Pràctic
Tenor Masini, 20. Barcelona.
T: 93.331.56.44.
Precio medio: 20 € (sin vino).
Menú mediodía: 11,50 €. Degustación: 25 €
Cebiche y evolución
“Esto no es un restaurante de comida
peruana. Quiero que quede claro. Hay algunos platos peruanos, eso sí”. Andrés
Huarcaya (1977) lleva casi 20 años en Barcelona.
“Llegué del barrio de
Barranco, en Lima, a El Prat”. Su padre, médico, profesión que no pudo ejercer
en su destino de inmigrante, lo acompaña en la cocina junto a Enrique Padilla,
inseparable de Andrés y responsable del boniato excepcional que dar el
contrapunto dulce al cebiche.
Andrés confía en ellos porque salió muy joven del
país y recela de la memoria: “Mi padre prepara la salsa huancaína de nuestra
versión de las bravas. ¿Te regresa a Perú?”. A pesar de los viajes, eso solo lo
puede responder un peruano.
Llegué
a Andrés a principios del 2012 gracias a un e-mail que me mandó –lo había
conocido fugazmente en el El Velódromo– y conté, en la primera crónica publicada
sobre El Pràctic, entonces junto a la Ciutat Judicial, la sorpresa de una
cocina de bar que trascendía el espacio, el entorno y las expectativas. Ojalá en
todos los bares se comiera así, concluí entonces.
La zona no era la adecuada
para la supervivencia de El Pràctic, el tamaño imposibilitaba acoger a grupos.
A finales del 2013 trasladó nombre, ideas y familia a Sants. Pensó en cerrar, pensó
en regresar a Perú, pensó en trasladarse a Singapur con su amigo Alain Devahive,
camarada del cátering de El Bulli. Cuando Ángela López, su mujer, escucha
“Singapur” suspira aliviada, dos hijos pequeños, otro mundo, otra vida.
Retado por los clientes, Andrés ha
ido sucumbiendo al peruanismo y ese triunfo mundial de los ácidos urgentes.
Pruebo el tiradito de gambas, más rico en matices que una novela de Vargas
Llosa, crustáceos aplastados y embebidos con la leche de tigre.
En la mesa de
al lado, escucho a un cliente enérgico con una metáfora sexual en la boca:
“Estoy encoñado con el cebiche, tío”.
Sigo con ese icono en versión nikkei:
taco de lubina salvaje. En este pequeño lugar, Andrés plantea una pequeña evolución:
en una bolsa de vacío, macera la lubina con pisco, sake, salsa teriyaki, leche
de tigre. “Se impregnan solo durante 99 segundos”. El resultado es magnífico.
¿Cómo recibirán eso los puristas?
Acogido por la calidez del pisco
sour, me enroco con el cerdo.
Primero con el wonton frito, al que le falta carne.
Y después con el bikini de oreja, puro vicio, tapa que le
ha dado fama y de la que vende “unos cuatro kilos por semana”. Quien entre en
este bar por primera vez, debe probarla. Engancha.
Las versiones de los bocatas ganan
posiciones en las cartas: ensaya con la fajita tex-mex con pollo, verdura y
chili que merecería ser sustituido y peruanizado con algún ají.
Postreo con una inspiración bulliniana:
la técnica cru, frutas con menta y albahaca en bolsa de vacío. Las frutas se
embeben con las hierbas frescas.
Sí, es un bar. Esto es lo que pasa en
un bar. En un bar de Barcelona.
PICA-PICA
Atención: al mediodía y su MMB
(Mejores Menús de Barcelona).
Recomendable para: los que andan
entre ambos mundos, norte y sur.
Que huyan: los que no saben apreciar
una oreja de cerdo.
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