Pedalear sobre el yo





Yo, yo, yo.







CINTURÓN. Cuando viajo solo en el coche, a veces noto un zarandeo en el cinturón de seguridad. Es un golpe abrupto, como si alguien pisara el arnés. Pienso que es el fantasma que viaja en el asiento de atrás, que me recuerda su presencia, que me advierte de la compañía para que sea prudente.


PERDÓN. Un titular equivocado: Isabel II perdona a Alan Turing. Hace 60 años, el matemático, pionero de la informática y descifrador de códigos nazis (¡un héroe británico!) fue condenado por homosexual. Prefirió la castración química a ir a la cárcel. En diciembre, la reina de Inglaterra lo rehabilitó de forma póstuma. ¿Por qué? Está contado al revés. Es ella la que tenía que haber pedido perdón. Quitarse la corona, bajar la cabeza, rendir el cetro, decir “lo siento” en nombre de todos.


YO. Un amigo carga una caja: “Es una cámara para el casco de la bici. Para mi hijo”. ¿Para qué? “Graban las excursiones por la montaña, las bajadas, y las cuelgan en YouTube”. ¿Por qué? La respuesta es difusa y poco convincente. Esos chavales pedalean sobre el yo. Yo, yo, yo. Enseñarse, mostrarse, exhibirse. Twitter es yo, Facebook es yo, Blogger es yo, YouTube es yo. No queda espacio para el tú.


AUTORRETRATO. Lo llaman selfie. Usar la cámara del teléfono para fotografiarte a ti mismo con brazo de mandril. Fue la tendencia de 2013, apabullante. El selfie es el resumen del yo, el yo superlativo. Antes los famosos protegían su intimidad y ahora la sirven caliente en nuestros ordenadores, en los smartphones, en las tabletas: pensamiento plano. Veo más al hijo de Shakira y Gerard Piqué que a los míos. ¿Alguien lamentará pronto esa narración en primera persona, el despelote integral? Hemos pasado al nudismo sin el ensayo del top less.


INFIEL. Un día después de enterrar como presidente a Sandro Rosell, incluso los rosellistas descubrieron que nunca lo habían sido.


ATURULLAR. Necesito comprar un pijama (yo, yo, yo) y entro en una tienda de ropa interior que forma parte de una cadena. La música, que debería ser relajante para que el cliente se sintiera cómodo, está a un volumen de concierto de death metal. Ritmos diseñados por un productor que ha abusado de sustancias, bocata de chorizo o anfetamina. Algunos, muy pocos, la llamarían canción.


CEPORRO. Algún CEO, algún CEO-po-rro, ha decidido que provocar un derrame es una buena estrategia. En vez de quedarme y comprar más, enriquecer los bolsillos de esa multinacional, quiero salir corriendo. Pronto, las orejas espumarán sangre. Al llegar a la caja, protesto (yo, yo, yo). La pobre vendedora es la primera víctima del acoso sónico : “Estamos aturdidas. Ya ni la escucho, me he acostumbrado”. Mileurista, sorda inducida, machacada por el patrón y los decibelios. Si algún día estrangula al CEO con uno de esos sujetadores que embolsa, el juez tendría que ser benevolente.


YO (y 2). La primera persona del singular. La primera persona. La primera. Yo. Apártate tú.



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