Restaurante de la semana: Pork
Pork
Consolat de Mar, 15. Barcelona
T: 902.520.522
Precio: 15 a 50 € (sin vino).
Eres
un cerdo
El horno de leña. El monstruo. La
bestia. La boca del diablo.
Oriol Rovira lo llama I-rational en contraposición
al horno Rational. Oriol hizo las pruebas para Pork en el Rational de la cocina
de Els Casals, en el Berguedà. Y cuando llevó esos ensayos, las tablas de
tiempo, temperatura y peso, al establecimiento barcelonés una semana antes de
la apertura entendió que el I-rational se guiaba por sus propias leyes, por un
código de fuego y que exigía otra forma de respeto.
“Hemos aprendido a gobernarlo”, dice
como un domador de brasas.
La construcción también fue una odisea: se presentó
el napolitano Giuseppe Foglia con tres kilos de mozzarella y algunas toneladas
de barro.
“Existía la opción castellana, con ladrillo y prefabricado. Y la italiana,
de barro y losa de piedra y por construir. Y nos decantamos por esa”. Nunca se
enfría. “Los rescoldos lo mantienen caliente. A la mañana siguiente sigue
estando a 180º”. Enseguida lo alimentan. Primero, con los panes. Después, con
las piezas grandes porcinas. Marrón, ocre, oro, brillos antiguos, bruñidas
armaduras.
Pork, otra sociedad de los hermanos Rovira
y los López de Viñaspre (Sagardi) como la bocadillería Sagàs, tiene varias
particularidades. Lo distintivo es una forma de llamar la atención. Ese horno
absoluto, el estudio y degustación anatómico-forense del cerdo (“solo cerdo,
eh, solo cerdo”, oinc, oinc), la cámara para la curación de los embutidos, la
cerveza sin filtrar que les elabora Steve Huxley (y el pan de El Raiguer, que
usa las levaduras de ese brebaje), la cincuentena de espumosos, la venta al
peso de lo curado y lo horneado, el gorrino volador diseñado por Mikel
Urmeneta. Oriol ha metido la pezuña a fondo.
Sin gruñir, me siento en la barra
para ver la entrada del infierno. Levanto el hocico y contemplo a los cocineros,
a Juan Carlino y a Xavi Ruiz y el manejo de las cabezas tostadas y crepitantes
de los cochinillos, las costillas, las paletillas. Oriol distingue entre menú
de “manga corta y de manga larga”. Es invierno, será de manga larga.
Lonchas de longaniza y lomo, tacos de
mortadela Favola, un guisado de rechupete con pochas, manita y oreja; una
morcilla de puerro, y salicornia para desengrasar; un trinxat (de diez) con
tocino y medio bocadillo de panceta con granos de mostaza y pickles (pepinillo) “como en la calle Orchard [Russ & Daugthers Cafe] de Nueva York”.
En la cabeza de Oriol siempre está Nueva York y los
restaurantes Fette Sau y Momofuku. Mañana no me haré una revisión médica.
El último plato es impresionante: txuletón (término utilizado aquí de
forma paródica) de cerdo negro de Bigorre, raza de los Pirineos que conoció a
los romanos y estuvo a punto de la extinción.
Si me lo dejan, lo extingo yo a
mordiscos. Buenísimo.
Una piña, al horno por supuesto, según la receta del
pastelero francés Pierre Hermé. El piñazo está a la moda porque topé con esa
fruta horneada en el Dinner de Heston Blumenthal, en Londres.
“Venimos del cerdo”, concluye Oriol. Descartado
el mono, es posible que, unos más que otros, descendamos del cerdo. ¿O no,
Darwin?
PICA-PICA
Atención: a los proveedores
principales, Cal Rovira y Maldonado.
Recomendable para: los quieran recibir
una clase magistral porcina.
Que huyan: a los que les han
prohibido el cerdo.
La segunda foto empezando por arriba, ¿es del trinxat?
ResponderEliminarSí, buen trinxat.
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