Anciana de platino


Ana María Matute en una foto de Los momentos decisivos, firmada por Albert Bertran.






PELIGRO. En el cartel de la puerta, una advertencia: Peligro. No fumar. En la penumbra del párking, hidrocarburos y humedad, calores sucios, el cartel es claro: Peligro. No fumar. Se acerca un empleado del aparcamiento con ¡un cigarrillo! Humea en un lugar público, en el que está prohibida la colilla. Para redondear el delito, pasa al departamento con calavera: Peligro. No fumar. Deseas que, cuando consigas escapar, el hombre explote en el cuartucho. Para que entienda, de manera definitiva, sin apelaciones: Peligro. No fumar.


CUARTO. Conocí poco a la escritora Ana María Matute, la formidable narradora de Primera memoria que se apagó los últimos días de junio. Se consumió de dentro a fuera. Le dediqué el capítulo de un libro, la entrevisté para Dominical. En el encuentro más reciente, el del 2011, recordaba vagamente el libro del 2001, en el que narraba cómo de niña se sentía libre cuando la encerraban en el cuarto oscuro. Sin embargo, lo habíamos celebrado.


CARRIL. Para conducir un coche hay que temer a la muerte. La propia y la ajena. En una ruta que hago a diario, tengo que girar a la derecha y pasar sobre un carril bici. Vigilo por el retrovisor la presencia de ciclistas y a qué distancia se encuentran. Espero que ellos sean tan conscientes de mi presencia como yo lo soy de la suya. La otra mañana frené de sopetón. Por detrás llegaba un ciclista; por delante, en dirección contraria, un chaval con patinete y, haciendo cabriolas sin sentido, un tío con monopatín. Todos a la babalá, saltándose las señales. Y yo, dentro del coche, parado como un gilipollas.


PLATINO. Poco después de la aparición del trabajo, que reunía a nueve testigos del siglo XX, del que solo sobrevive el ciclista Federico Martín Bahamontes, el fotógrafo Albert Bertran fue a buscar Ana María a su casa, atravesaron la ciudad en taxi, ella era ya una anciana de platino.


PLATA. La cita era en La Estrella de Plata, donde el tapeo llegó a ser una de las bellas artes. El cocinero, Dídac López, comenzó a servir sus pequeños portentos, entre ellos, la piruleta de langostino con crema de parmesano. La escritora no comía nada. Las lujurias seguían llegado a la mesa a ritmo de tambor. Sin aviso, comenzó a llorar. Las lágrimas eran pequeñas pero rebotaban con gran violencia


TRANSICIÓN. Se habla de Segunda Transición. Mal vamos. Una palabra obsoleta, como sus muñidores. Los creyentes en esa fe tendrán que encontrar un término que ilusione, y dé confianza. O solo se tratará de un truco de mago para sacar el mismo conejo, ya momificado.


PAJARITO. Entre hipidos soltó: “Soy una vieja. Vosotros me agasajáis y yo como igual que un pajarito. No sirvo para nada”. Nos dio una pena terrible, la comida se estropeó sin remedio. No entendíamos el por qué del lamento, la desesperación con la que hablaba. Doce años después, lo he pensado muchas veces, sigo sin comprender. ¿Por qué un instante de felicidad se convirtió en una pequeña tragedia? Verla sentada, encogida, con 75 o 76 años, el rostro hundido, fue tristísimo. Quisimos festejarla y la hicimos llorar.





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