El sacacorchos débil



Arriba las manos. "Soy un sacacorchos muuuy malo".







Los cocineros domésticos, sector hardcore, les agrada el posesivo: mi cuchillo, mi pelador, mi picadora.

Mantienen una relación íntima y neurótica con los objetos y soportan mal los toqueteos por parte de otros. Sobre todo, el cuchillo. ¡Mi cuchillo! Grande, ligero, sin separación entre hoja y mango.

El argumento para evitar el sobe es: «Que nadie lo toque porque corta mucho».

Lo que quieren decir, y callan, es: «A ver si se te caerá y mellarás el filo».

Sucede lo mismo con el sacacorchos: en el cajón hay varios, pero el cocinillas caprichoso solo usa uno. Mi sacacorchos.

Mi preferido es uno de brazos, ese que una mente distorsionada asociaría a la figura humana. Se soltó el remache, ha perdido una de las extremidades y le he buscado sustituto.
Parece el mismo aunque es diferente.
El nuevo es un instrumento extenuado, sin fuerzas.
Un flojo con disfraz de acero.
En lugar de penetrar y extraer, la hélice rompe el corcho sin atraparlo.

Y ahora ¿qué? Buscar otro, claro, pero ¿quién asegura que no saldrá fatigado?

Denuncio desde aquí la invasión de los sacacorchos asténicos, metales débiles, engaños que mueven los bracitos para no decir nada.




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