El restaurante: Capet









[Este restaurante se llama ahora Petit Capet. Capet se encuentra en la calle Cometa, 5]


Capet

Benet Mercadé, 21-23. Barcelona
T: 686.31.72.55.
Precio medio (sin vino): 20-25 €.





Vuelve el pimpón



El abogado Santiago Melchor le dijo a su sobrino Armando Álvarez Melchor: “Si alguna vez quieres independizarte, cuenta conmigo”.
Cuando Armando le comunicó que el momento había llegado, Santiago empaquetó a la familia y dejó Venezuela. Respiran tranquilos en Barcelona, donde pasean por la calle sin temor a los asaltos caraqueños, o a los cortes de luz y de víveres.

Armando aterrizó hace años en la ciudad tras los pasos de su hermano Gonzalo, chef al que conocí en Japón, donde manda en la antigua mansión del conde Ogasawara. Venezolanos que encienden fuegos, alumbran restaurantes.

Armando y Santiago han puesto a nadar Capet, que toma el nombre de un pez mediterráneo que ni cocinan ni han visto. Les agradó la sonoridad y esa t que se queda fijada como un mástil. Supe de ellos gracias al fotógrafo Jordi Cotrina, que a su vez había sido informado por el cocinero Xavi Codina, de La Panxa del Bisbe, con quien trabajó. La gastronomía funciona así, por golpes de fichas de dominó.

Bistronómic modesto en su presentación, un chaflán con luz. La mayoría son guaridas de topo: qué pena en una urbe como Barcelona, con excedente solar.

Aún con la prudencia de los comienzos, la buena mano de Armando es manifiesta. Lo demuestra con un plato en el imaginario colectivo (pulpo a feira), que transforma en algo distinto: pulpo con yuca frita y mayonesa de hierbas. Lo que era rojo es verde. ¡Diana!
El tiradito de jurel, buen corte, está bien contrastado con los bastones de manzana y los fresones, juego con frutas que dan vivacidad a la preparación.
Los crujientes agradan al chef: hay un elemento crunch en cada plato, para alegría de mórbidas texturas.

Los padres de Armando regentan “una posada” y él aprendió de la madre. “Lo mío es trabajar más que estudiar”. En Barcelona, comenzó en Coure como camarero y regresó, tiempo después, como cocinero.

Coure y Albert Ventura son grandes influencias: se nota en el croquetón (la croqueta es comida para perezosos) y en los lletons de ternera con escabeche al azafrán.
Pan estupendo de Joan Grimal, que fue postrero del bigtrónomic Coure (con g de grande). Con ganas de risas, bebo La Comedia, del Montsant.

Dos platos más: el gazpacho de tomate y remolacha con tartar de salmón y la corvina con migas y quenelle de patata y judía perona, que no necesita la cecina ahumada. Falló con un plato del día: el rabo de vaca relleno de butifarra negra, suma de contundencias. ¿Y por qué no sustituir el cerdo por frutos secos salteados, otro crunch?

Un bistronómic es pimpón. Un restaurante convencional es tenis.
¿Qué ofrece el primero? Velocidad, toque, astucia, ligereza. Y precios de tamaño medio, como pelotitas. Una bienvenida para Capet, que engorda la lista de esos espacios que parecían huidos de Barcelona.






Atención a: la barra de la entrada, que merece una cartita ex profeso.
Recomendable para: los que quieran descubrir a un chef con gracia.
Que huyan: los que se aferran a la rutina tapeadora.










Comentarios

  1. No conozco "La Comedia", pero te recomiendo "GR-174", un joven con mucha vida. Un saludo, Pau!!

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  2. Sí, lo he bebido. Un vino para caminar.

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