El restaurante: La Llotja
La Llotja
Sant Roc, 23. L’Ametlla de Mar (Tarragona).
T: 977.457.361.
Menú mediodía: 22 €.
Precio medio (sin vino): 35-40 €.
A la caza del atún rojo
Comer atún rojo es más difícil
que estirar un rabo de toro de lidia. Son especies escasas, acotadas, de
restringida circulación.
A diario, las pescaderías venden toneladas de atún, si
bien a los mármoles helados solo llegan kilos, ¿o gramos?, de legítimo Thunnus thynnus.
¿Qué compramos
entonces? A familiares menos nobles. ¿Y a dónde van los auténticos?
Directamente a los restaurantes, o a mercados internacionales como el japonés o
el norteamericano, con fauces de depredador.
Si el cimarrón migra, es
necesario salir de ruta para atraparlo.
¿Dirección? Sur, a L’Ametlla de Mar, a
la frontera entre el Ebre y el Mediterráneo, entre el verde y el azul.
¿Producto de Km 0? Producto de 2,5 millas.
A esa distancia flotan las piscinas
en las que la empresa Balfegó engorda a miles de ejemplares, peces de 250
kilos, destellos de plata.
Marc Miró los conoce bien, los
cocina desde que, hace 13 años, abrió La Llotja con su mujer, Violant.
Empezó
antes el idilio con el campeón que con Violant Rojas, apellido de gran túnido.
“Veraneaba en L’Ametlla. Mi abuelo era pescador y sacaba atunes. Los como desde
niño”.
Las cocciones han ido acortándose hasta la crudeza: “En casa de mi
familia siempre se hizo poco, a la plancha”.
Elige el lomo, “por su versatilidad”,
como parte preferida, aunque también pellizca la carrillera.
Primero me lo
ofrece en carpacho, delicioso, con tomate confitado y, después, en tataki,
gordo, sensual, intenso, que delata a esos impostores que fingen ser el Gran
Rojo y son mustios segundones.
Es tan buena la pieza que no necesita de
adornos. Marc lo viste con agridulce de vermut y gelatina de naranja con
jengibre.
El comedor de La Llotja es
pequeño, aprovechan el verano para crecer con la terraza, también de bolsillo.
Como el atún, Marc y Violant viven un proceso migratorio, planean abrir un
hotelito con vistas al Delta. Marc sabe que en este espacio, solo ante los
fuegos, carga plomo. Y él quiere ir hacia arriba, sacar la aleta: “Desde hace
cuatro meses estoy en la línea que quiero”.
Suprimir las inútiles tostaditas,
los platos anacrónicos como el filete con fuagrás o la vieira, pegote en una
carta de lonja.
Con unas copas de Brunus 2011, de tierra adentro, disfruto como
un capitán de las sardinas curadas con agua de mar, del pulpo de roca con
cremoso de patata y allioli y de los
chipironcitos con cebolla confitada. Esto sí que tiene sentido, platos de barca
para paladares finos. El milhojas de nata con membrillo son olas tranquilas.
“El atún es un animal viajero,
en movimiento. Tienes que salir para cazarlo. No se parece a ningún otro pez”.
Esas son las razones por las que Marc se siente atraído por el bluefin.
Y los motivos por los que, a
bordo del coche, viramos hacia L’Ametlla.
Atención a: la carta de vinos,
con propuestas de territorio.
Recomendable para: los
perseguidores de atún rojo fresco.
Que huyan: los conformistas del
ultracongelado.
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