El crimen en Ulán Bator





matar. Durante años, la novela negra y roja y criminal solo supo matar en inglés y en francés. Llegaron los renovadores del género en castellano y en italiano y luego los nórdicos: definitivamente polar, y seca y austera. Y después los chinos y los japoneses y esas culturas de la seda. Se asesina en todos los idiomas, y se asesina de forma similar.


estepa. En esa ONU tenebrosa se acaba de sentar Mongolia con un libro salvaje, Yeruldelgger, muertos en la estepa, que edita Salamandra y es otro de esos aciertos que han convertido la colección Black en punto de reunión de los fieles al género. Escribe un francés, Ian Manook, aunque enseguida olvidas la nacionalidad para pensar que es un mongol quien está detrás de las cabalgadas esteparias y de la sordideces capitalinas.


yurta. Los escenarios por los que se mueve el atormentado comisario Yeruldelgger, y las dos potentes mujeres que lo acompañan, la inspectora Oryun y la forense Solongo, son tremendos y te impelen a acudir al ordenador y buscar imágenes de Ulán Bator, de los barrios donde los nómadas han instalado aquellas yurtas blancas que representaron la libertad y ahora el sedentarismo y la resignación, de la central térmica rusa en el centro de la urbe como monstruosa quemadura comunista que abastece de agua caliente en los meses invernales en los que temperatura baja hasta 40 grados, de ese subsuelo donde hormiguean las tuberías ardientes y en las que habitan marginados y ratas y cucarachas, una ciudad bajo la ciudad, en la que los niños decrecen y alguna vez, ciegos y albinos, serán liberados.


descomposición. La novela negra que interesa es la que, desde el cadáver, cuenta la descomposición de un grupo o de una sociedad. Sin la parte social solo es un entretenimiento de vuelo transoceánico o de tren de larga distancia. Dashiell Hammett y Raymond Chandler, padres fundadores, construyeron sus ficciones sobre la pesadilla americana. La corrupción mezclada con perfume y dry martinis. Contaron un tiempo de humos: de los cigarrillos, de los tubos de escape, de las pistolas.


tapiz. Al final de agosto, las investigaciones de Yeruldelgger, entremezcladas con su desdichada vida como los hilos de un tapiz, no merecerán el título de libro del verano, que corresponderá a una novela banal con el depósito cargado con el combustible del márketing. Tranquilos: la vida es injusta. Pero quien quiera meter un pie en un mundo ajeno y complejo, que no deje pasar este volumen. Mientras aún avanzo por las 480 páginas cogido a la crin de un caballo, tengo la necesidad de saber más sobre Mongolia y Ulán Bator y vivo la sorpresa de que es una de la ciudades más contaminadas del planeta pese a ser la capital del país con menor densidad de población. Desde el aire, imagino un gigantesco territorio verde y amarillo y una cúpula gris de partículas cancerígenas cubriendo Ulán Bator.


MATÓN. Los mongoles invadieron China y después fueron los chinos los que se apoderaron de Mongolia: la historia es de sangre en ambos sentidos. Los chinos, según se deduce de las turbaciones de  Yeruldelgger, siguen creyendo que el país les pertenece y humillan a los mongoles desde su posición de matón del vecindario.



ventoso. Leo en la hamaca de la piscina de un hotel. Me gustan las piscinas porque la lengua de agua habla del estío. Es un mirador estupendo: delante, una playa de la Costa Brava con los barcos multiplicados por dos gracias a sus sombras; a mi espalda, la piscina con azulejos azules y agua salada. Atardece y los bañistas han ido marchando dejando en el aire una huella oleosa y yo, fresco con el bañador húmedo, sigo enganchado a esta historia de arena y huesos blanqueados al sol del desierto de Gobi, a miles de kilómetros de este mar de vinos ventosos y arroces bronceados.




  

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