Se vende monstruo
Estilo. Se vende
estilo de vida para influencer.
Sobrenatural. Entré
en el cine para ver Un monstruo viene a
verme empujado por el fervor de la crítica y la simpatía hacia J. A.
Bayona, que será un director con peso –aún no: tres películas, por más que
empujen los hagiógrafos, no son una filmografía–. Después de 121 años, y con el
mundo del revés y la tecnología mordiéndonos los tobillos como un caniche
plasta, entrar en un cine aún tiene algo de sobrenatural. Abandonadas las
iglesias, lo más cercano al recogimiento es sentarse en una butaca a oscuras.
Ambidextro. Se
vende ideología para político que no sabe si es de derechas o de izquierdas, o
ambidextro.
Acuarela. La
película me expulsó enseguida y no conseguí volver a entrar. No superé la
barrera fantasía-realidad, la alternancia del monstruo de madera y el cáncer de
la madre del protagonista. Aprecié el trabajo de los actores, la virguería
técnica, la capacidad de construir mundos de Bayona. Me maravillaron las
acuarelas del estudio Headless, aunque las historias supuestamente ambiguas –y,
por tanto, adultas– que narraban me parecieron simplistas.
Etiqueta. Se
vende botella vacía con etiqueta buena para celebración triste.
Pacificador. Nunca
he sido fan de Bob Dylan: me gusta, pero no me conmueve. Conozco adoradores que
lo celebran con una devoción reservada a los padres. Que le hayan dado el
premio Nobel de Literatura forma parte del cachondeo de esos galardones, que han
reconocido con el de la Paz a extraños pacificadores: el presidente de
Colombia, Juan Manuel Santos, y, antes, a Barack Obama. En total desacuerdo con
el nobelazo, más o menos equivalente
a entregar un Grammy a Nil Hornby por la novela Alta Fidelidad o a Haruki Murakami por su amor al jazz. Pobre
japonés, aspirante al reconocimiento sueco según los errados futurólogos de
cada año.
Catarata. Lo peor
del filme de Bayona es su aroma a Estrenos
TV 2016. Me explicaré: durante años, algunas cadenas programaron películas
infumables para las tardes del domingo, incapaces de competir con el sopor
pospaella. Telefilmes que hurgaban en
los basureros sentimentales. ¿Cuántas desgracias podía soportar un ser humano?
Pobre, enfermo, olvidado. Pues añadámosle una más: que un meteorito destruya su
casa y deje intactas las de los vecinos. Ese es el espíritu Estrenos TV. Que los ojos chorreasen lágrimas, que las
cataratas de Iguazú rompieran en las mejillas.
Fenomenal. Se
vende brazo de saludar acostumbrado a palmotear espaldas y a frases como “qué
hay de lo mío” y “esto es fenomenal”.
Trágico. ¿Puede
Conor, el protagonista de Un monstruo
viene a verme, ser más trágico? Pero ¿qué ha hecho este chaval para atraer
todas las desdichas del universo? “Eso estaba en la novela”, dirán. ¿Y? Lo
escribiré a lo Mariano Rajoy: una novela es una novela y una película es una
película.
Coleta. Se vende
coleta de quita y pon para líder radical en proceso de transformación hacia la
socialdemocracia.
Catarsis. Durante
la promoción, en entrevistas, Bayona habló de lo terapéutico, de la catarsis,
de la verdad. Hum: palabras mayores.
Le creí. Pensé que, como sucede con los grandes libros y las grandes películas
(no en volumen o presupuesto), la película iba a afectarme, que me pellizcaría,
que abriría una puerta en mi pecho y saldría una emoción o un pensamiento o una
revelación haciendo cucú. Nada de eso sucedió. Solo es entretenimiento, como
será Jurassic World 2, que dirigirá
Bayona y que pinta estupenda con unos dinosaurios más reales que sus señorías
los senadores. Y que seguro que no pretenderá ser otra cosa más que una trabajada
distracción de sábado por la noche.
Calcetín. Se
venden calcetines rojos para economistas enrollados.
Monstruo. Se
vende monstruo de madera de tejo por baja combustión.
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