Apocalipsis vacuno



Esto es una vaca.





CORNÚPETA. ¿Cuál será la utilidad de la hamburguesa sintética que a mediados de agosto fue presentada entre mugidos mediáticos? Puede que pretendan disminuir la cabaña vacuna para contener el metano que expande con los pedos y que contribuye al calentamiento global. Puede que sea un gesto amistoso hacia los rumiantes y que en lugar de comerlos, los carnívoros se conformen con una revoltillo de células madre y ketchup de hemoglobina. En ambos casos, son pésimas noticias para los bovinos. Si dejan de ser útiles, ¿qué sentido tendrá criarlos masivamente? Se acerca el exterminio de los cornúpetas.


BOLA. En el arcén de la autopista ruedan bolas de colores del tamaño de adornos navideños. Arrinconadas, de poco peso, empujadas por las ruedas y el viento, se alternan los rojos, los verdes, los azules. El caótico abaco sigue durante centenares de metros. La sospecha es que un camión perdió parte de la carga. O que alguien se extravió y dejó pistas para ser encontrado.


GOTA. La ciudad llora por los aparatos de aire acondicionado. Es un goteo despilfarrador.


INDIGNADO. El sustantivo ha perdido fuelle. Argumento de publicidad, incluso ha sido protagonista de anuncios de telefonía. Hasta los repeinados con los polos rosados o azules anudados al cuello están indignados. El termómetro de la calentura social sigue aumentando de temperatura y el vocabulario, fiero y felino, salta por aros de fuego: estamos furiosos, coléricos, exasperados, desesperados, rabiosos.Indignado es ya una palabra sonrosada y pastelera.


LOTERÍA. De momento, la lotería catalana ha servido para que el dueño de La Bruixa d’Or se haga publicidad y venda más números del Gordo español.


PEÑÓN. Una maniobra de despiste, otra burda estrategia de este Gobierno agónico. Aznar disputó una roca habitada por cabras a los marroquís y Rajoy reclama los monos de Gibraltar a los ingleses. Tienen tantos problemas que ventean los conflictos clásicos. Alerta, franceses, lo siguiente será ir a por vosotros.


HAMBURGUESA. Imaginemos que, en unos años, esa burger de laboratorio ya ha sido afinada, ha dejado de ser gris, tiene un porcentaje de grasa artificial, es cardiosaludable (porque si no, ¿para qué tanta investigación?) y sabe bien, pero, ¿a qué? ¿Cuál es el sabor del vacuno? Sin sal, sin reacción de Maillard (la costra al ser cocinada), la carne de ternera tiene gusto a... nada. Píquela y pruébela. Más sosa que la ministra de Fomento bailando una jota. Sin haberlo comido, sospecho que el picadillo de la Universidad de Maastricht debe de ser insípido como la pieza de un fast food antes de ser aliñada y pasada por la plancha, con la diferencia de unos 250.000 euros entre la una y la otra. Volvemos al comienzo del artículo, ¿cuál es el propósito de la operación? ¿Para qué servirá ese sucedáneo de vaca sin vaca?


MÚSCULO. Si la voluntad es investigar el cultivo y la regeneración del tejido muscular, publicitar la pseudohamburguesa sería como contratar a Hannibal Lecter para promover el consumo de verduras.




EXTRA


EL HOMBRE QUE NO SABÍA AMAR


Karoo es una novela de difícil clasificación que los críticos intentan asimilar a otras obras conocidas para facilitar la digestión al lector. En este caso, han elegido La conjura de los necios, comparación errónea excepto por la tragedia: una y otra fueron editadas –con su correspondiente dosis de triunfo– cuando el autor estaba ya en la tumba.

Steve Tesich (1942-1993), guionista como su personaje, Saul Karoo, murió de un ataque cardiaco y, dos años después, pusieron tapas a la criatura.

Karoo es una novela triste (según la publicidad, “una gran novela de humor”) de un personaje complejísimo a la deriva, cuya tarea aparente es reescribir guiones malos y, la verdadera, reescribir su propia vida.


560 páginas sobre un mentiroso que no sabe amar y que para conseguir la redención traiciona la belleza. Sufres pero disfrutas.



Karoo, de Steve Tesich (editorial Seix Barral).




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