El restaurante de la semana: Martínez
Martínez
Carretera de Miramar, 38.
T: 93.106.60.52.
Precio medio: 60 €.
Precio menú: 40 €
La paella tiene karma
En Montjuïc, la situación es
perfecta: una brisa que aleja hervores climáticos y humores recalentados, una
paella de espardenyes y arroz bomba
de Illa de Riu, una copa de chardonnay Hubert Lamy del 2010 y una vista del
litoral con torres de teleférico, transatlánticos y azules empitonados como
extraída de una acuarela de Marisco, el nombre satírico que dio Vázquez
Montalbán a Mariscal.
José María Parrado, dueño de Cañete y
Mantel, se ha gastado los billetes, sin empeñar aún el sombrero, en la apertura
de este chiringuito de montaña, aunque prefiero la palabra merendero.
Renovado
el universo chiringuitero de playa con pares como los Abellan o los Escribà,
¿por qué no reformar los merenderos en las arboledas con el espíritu Martínez?
En invierno, cubrirán los laterales, esos asientos elevados que miran a la ciudad. El grueso del establecimiento es la terraza con sombrillas, animada con una barra portátil de cóctel y un futbolín.
En invierno, cubrirán los laterales, esos asientos elevados que miran a la ciudad. El grueso del establecimiento es la terraza con sombrillas, animada con una barra portátil de cóctel y un futbolín.
La perspectiva es estupenda,
postalera, para turistas emancipados, aunque el panorama definitivo lo tengo
delante: una de las mejores paellas que he comido en los últimos meses.
Capa
fina de arroz, espardenyes en su
punto (no es fácil) y unas gambas atemperadas, cortesía de la casa, para acabar
de transformar a la rubia en emperatriz.
Un peligro habitual del género es la
lengua del comensal en salmuera por culpa de un fondo potente y desmadre con el
salero. Pasa mucho. Pasa demasiado. Pero no hoy ni aquí.
Es fácil que tolere un arroz
ni-fu-ni-fa, pero la paella es otra cosa, una especialidad con unas reglas
escrupulosas.
La paella es una amante exigente.
Cocinar un arrocito está al
alcance de muchos, preparar una señora paella, de algunos menos.
Decepcionar a
un paelladicto es peor que descubrir
a un niño el secreto de los Reyes Magos y a un adulto, que el director del
banco recomendó preferentes. En Barcelona hemos pasado de una situación de
emergencia arrocera a una cierta normalidad paellera.
Josep Maria Masó, que mantiene la tensión
gastronómica en Cañete y Mantel, ha subido a Montjuïc a Sisco Diago, un
cocinero que formó hace años en uno de los restaurantes que tuvo en la
Cerdanya. Ver la batería de fuegos en la caseta es impresionante, una
coreografía en llamas. Llevan meses ejercitándose para dar con la fórmula.
“Es
que es difícil”, asiente Masó. Que los frívolos apunten el lamento.
Bien servido por Mar, he comenzado
con el vermut de Casa Mariol, coca de Folgueroles, una anchoaza, una croqueta
de jamón, unos tomates cultivados en Arenys de Munt. Parrado suelta una
filosofada: “No solo trabajamos con productos, trabajamos con personas”.
Y
alguna más, en la que se refiere al karma y al destino.
Sigo a lo mío, que es
la cazuela de bogavante (demasiado hecho) con patatas panaderas, en dos
servicios. Apurada la cáscara, se llevan el recipiente para reforzarlo con
huevos pochés. Mezclados, son una delicia.
Amigo, para ti el bogavante; para mí
las patatas revueltas.
Te llames Martínez, López, Sánchez,
García, olvida lo demás y concéntrate en la paella. Solo en la paella
encontrará el karma.
PICA-PICA
Atención: a las curiosidades en el desplegable con el menú.
Recomendable para: los que también se alimentan con vistas.
Que huyan: los que les duele pagar más 20 € por ración de
paella.
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