Mi primera visita a San Sebastián (con permiso del Jefe). Entrega 2
Dejé la crónica anterior --he puesto crónica imitando al Jefe, pero no tengo ni idea de qué es esto, ya saben, soy un ignorante-- comenzando el pedete en Zuberoa. Tengan piedad: para mí un gintónic, el concepto de gintónic, es diferente al de ustedes, tan versados en el latín y la exageración.
Premium, superprium, requetsuperpremium y así hasta el borde exterior de la galaxia.
Los gintónics que yo tomo en el bar los sirven en vaso de tubo que huele a Fairy de limón --digo yo que será el famoso twist...--, con una ginebra que podría pasar por anestésico de caballos y una tónica que la señora Germana echa con tanto vigor --qué bigote y qué antebrazo los de esa mujer-- que la mitad anega la barra de latón. No hablo de los cubitos porque se deshacen antes de llevar el enjuague a la mesa.
Temblé de emoción con las obras de arte que me zumbé la noche del martes 8 de octubre del 2013 --he decidido apuntar en rojo todos los días importantes, vistiéndolos de domingo-- en Zuberoa y después en el Museo del Whisky. Curioso: no vi a nadie tragar whisky. Sería la bebida de antes, cuando los tíos le daban al lanzallamas, whiskys, coñacs, calvados.
Son ahora unos finolis, con eructos que huelen bien, "en los que se mezclan los botánicos". Escucho esa frase a mi espalda. ¿Qué será eso de los botánicos? En el chino al que a veces voy sirven un licor con un lagarto muertecito. Pobre bicharraco. Pero ¿ginebra con botánicos? ¡Tengo tanto que aprender!
Me sentí importante rodeado por congresistas y cocineros famosos. La verdad es que no sabría identificar a ninguno, les sacas las chaquetillas y es como si desnudaras al Papa.
Aprendí mucho sobre los gintónics. Cuántos expertos superpremium. Que si con cucharilla o sin cucharillas, que si con canela o sin canela, que si con cardamomo o sin cardamono. Me sentí un cardamemo.
Una vez más, el Jefe me dejó colgado. Llegué como pude a mi pensión, a cuatro patas y con el morro por el suelo. El Jefe no, el puto Jefe estaba alojado en un hotel de lujo, con jacuzzi en la habitación y servicio de mayordomo. Aunque ese, como no pague, no se lleva ninguna a la cama. Los periodistas están forrados y su vida es de lujo y perdición. ¡Usan el caviar para jugar a las canicas! ¡Por eso quiero dedicarme a esto!
Por la mañana, desayuné mientras la Banda del Empastre ensayaba en mi cabeza: una aspirina, un carajillo que me rizó las pestañas y un pintxo de tortilla. Pongo la tx porque hace vasco.
En el escenario del Kursaal actuaban unos ingleses y a mí el inglés como-que-me-cuesta, no me sacas del undestán y no undestán, de manera que preferí dar una vuelta por la feria, picotear de aquí y de allá y coger folletos para comenzar mi biblioteca gastronómica. Me he propuesto ser culto.
Qué mañana tan bien aprovechada: ¡encontré a Chicote! Ese sí que es un cocinero de verdad, qué garbo, qué chaquetillas y qué mala leche. A mí, perdóneme, don Alberto, me recuerda usted uno de esos bulldogs pequeños y recios que te cogen de la pierna y no te sueltan. Ningún martes me pierdo su programa de Tele 5, Esta cocina es un infierno. Lo poco que sé lo he aprendido ahí, incluso la receta de rata al lavaplatos. Buen guiso. Le pedí un autógrafo y cinco euros. Muy majo, me dio un cachete.
BB
Comentarios
Publicar un comentario