Carrillera 'thai' // Una receta contada












Un curry ligero, y picante, sin leche de coco



Trasladar el plato de una tradición a otra es tan irreverente como excitante. Este es un viaje a lo thai*** con una visión local.

Romper con la pureza y con lo establecido se convierte en un ejercicio de libertad, aunque estropear algo que funciona debería ser considerado un comportamiento idiota.

Que el lector trate esta propuesta como un acercamiento, sin colisión, de mundos.

Según los trompetistas del apocalipsis, ya no se guisa. Es tan falso como afirmar que el ornitorrinco es un pato.

Lo primero es meter las carrilleras –de cerdo ibérico, o no– en una cazuela con aceite, sal y pimienta.

Marcar las caras –al fin y al cabo son jetas– y añadir gajos de cebolla, ajos, pimientos troceados y tomates a cuartos.

Ir braseando el conjunto. Mojar con agua: cuando se evapore, repetir el ejercicio hasta que las carrilleras sean más tiernas que un amor adolescente.

Dar el toque tailandés: jengibre en polvo, citronela (mejor fresca, aunque es más habitual encontrarla seca), piel de naranja y semillas de chili.

Rehogar bien. Retirar la carne. Reducir la salsa y pasar por un chino.

Devolver la carne a la cazuela y salsear con ese curry ligero (que no necesita leche de coco). Al emplatar, unas tiras de guindilla seca darán volumen.

¿Pica o no? Un curry que no pique es como una miel hecha sin abejas.



***La cocina  tailandesa es muy estimulante, y altamente compleja: picante, dulce, ácida, refrescante. Y con una mirada hacia lo fermentado,







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