Casa MVM // El cierre de Casa Leopoldo




Las necrológicas sobre Casa Leopoldo han destacado las vivencias que atesoraba el lugar por encima de la gastronomía.

Es el problema: la nostalgia es un ingrediente pocho, fatal para la supervivencia. 

Llorar al muerto es hipócrita si no lo quisiste en vida. 

Si escarbo en mis recuerdos –hace muchos años de mi última visita–, rescato un arroz con bacalao compartido con Manuel Vázquez Montalbán, el nombre más repetido estos días de duelo ravalero.

Mi entrada en Casa Leopoldo fue de la mano de mi hermano Dani Vázquez, y también la salida, a bordo de un taxi huyendo de las bandas de malhechores que por entonces –aquellos 90, años de chatarra más que de plomo– chuleaban el barrio.

Las pistas del fin de la casa de Rosa Gil las podría haber olisqueado hasta Biscúter: en Facebook se despedían por vacaciones y en la web no garantizaban ningún regreso.

Todas las veces, Manolo brindó por la caída del régimen: no importaba cuál. Y hubo albóndigas con sepia, lubina al horno y tortell.

No plaño porque no fui un buen cliente, pero sí añoro aquel tiempo en el que podía sentarme con Vázquez Montalbán a comer un arroz con bacalao. ¿Verdad, Dani?





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