Restaurante Mextizo // Barcelona
Mextizo
Diputació, 239. Barcelona.
T: 93.541.46.23.
Precio medio (sin vino): 45 €.
Menús de mediodía: 36 €.
El ‘mexditerráneo’
Lo primero que se aprecia en Mextizo –qué gran nombre– es el gran trabajo de arquitectura/interiorismo de Juli Capella. Belleza y sentido común e intenciones disimuladas para comensales inteligentes: el lavabo transgénero, la lámpara en homenaje a las pirámides mayas o los símbolos catalanomexicanos ocultos en los símbolos de latón. Ah, y la buena acústica y la luz del patio ajardinado, oxígeno en el Eixample. Restauradores: presten atención a los trabajos de Juli.
El cocinero Adrián Marín se ha entendido de maravilla con el
arquitecto: a su vuelta de México, después de tres años, lo fue a buscar para
diseñar este espacio para “la cocina mexditerránea”.
No ex nexesario explicarlo.
El plato que concentra
el espíritu de Mextizo es el canelón crujiente (taco dorado) relleno con pollo
rustido, de festa major, con unos
puntos de mole (lo ideal es untar el mole con el bocado final para que no
domine toda la degustación). Será puntal de la casa.
“Entradas mexicanas, brasas
y arroces”, las tres patas del asiento. Toma mextizaje. Adrián, que fue jefe de cocina del desaparecido Drolma
de Fermí Puig, regresa a la plaza barcelonesa con socios mexicanos.
Un cóctel con maracuyá
para entrar y uno con mezcal para salir. La barra de recepción es un buen lugar
para citas y preámbulos. Durante la comida, tinto Villacreces 2012, árbitro de
la jarana.
Cucurucho crujiente
con arroz y atún (fritura impecable), buñuelo de bacalao (al que perjudica el
dulzón allioli de pera), calamares a
la romana con mayonesa de chipotle (por mí, más picante), masa de tortilla a la
plancha con pollo guisado y crema fresca, cebiche de langostinos
(desatornilladora acidez), panucho de cochinita pibil (oh, más), taco de cherna
rebozada y mostaza (le falta un toquecito) y sensacional taco de cochinillo
crujiente (amigo, qué rico).
Masas de La Reina de las Tortillas, si bien la
intención de Adrián es hacer las suyas, “al menos, las tortilla de harina”.
Desde el comedor se
puede fisgar la cocina, donde se apresuran Salvador Vieta y David Jiménez. Fuegos
donde arde el comal y burbujean las paellas; en el fondo, la parrilla a la
manera de Getaria. Adrián es gran amigo de Igor Arregi, del Kaia Kaipe, y de él
ha “copiado” la forma de domar sobre las brasas los grandes pescados.
La
barbacoa vasca da un calor satánico y al parrillero están a punto de salirle
cuernos de demonio. El rodaballo aparece en bandeja de metal y Mainard Aparici
o Víctor Riera lo porcionan.
Pido que dejen los restos para chupar huesos y
espinas, para rellenarme los labios con colágeno. El rodaballazo perjudica a los postres. ¿Cómo puede competir el limón
con biscuit y el lingote de chocolate?
Leo en la carta un
enunciado que me arponea la memoria: paella con pilotes. La quiero. Y la quiero ya. En Vila-real es la paella de
Navidad. Sacrílego servirla en otras fechas, le digo a Adrián. Pero me muero
por probarla.
Atención a: los
detalles, como el cargador para móviles.
Recomendable para: los amigos del ‘mextizaje’.
Que huyan: los puros e incontaminados.
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