Barcelona-Bruselas-Reikiavik-Oslo









VAGABUNDO. Por unas circunstancias atípicas, visité cuatro aeropuertos en tres días (Barcelona-Bruselas-Reikiavik-Oslo), de manera que durante muchas horas me convertí en ciudadano y vagabundo de esos no-lugares. En otros cruces internacionales, en olvidados viajes, encontré negocios de (púdico) relax e incluso un sex shop, además de las habituales tumbonas masajeadoras (que, con la vibración, son parientes de los utensilios sexuales), pero jamás había visto unas bicicletas para cargar móviles y ordenadores.



ENGALANAR. Fue en Bruselas. Al mando de los pedales había un hombre uniformado, tal vez comandante: no sé distinguir rangos aéreos, terrestres o marítimos. El hombre se esforzaba como si afrontara una rampa del Mont Ventoux, aunque el objetivo era dar color verde a la batería. Engalanado y soplador, me hizo pensar que en un futuro habrá aviones low cost a pedales.



BICICLETA. Pienso a veces en las bicicletas estáticas y en su incómoda presencia. La bicicleta estática es la negación de la bici. Esforzarse para no llegar a ninguna parte. Correr en el salón de casa. Sudar sin recompensa de paseo o paisaje. Olvidada, arrumbada, se convierte en un artefacto muy contemporáneo: un monumento a la mala conciencia.



PASTO. En todos los meridianos, la comida de aeropuerto es una porquería. Se cometen los mismos crímenes excusados por la prisa. Los precios son de condenado: no hay modo de escapar de esas cárceles. Cruasán reseco en Barcelona, insípido hojaldre con queso y verduras en Bruselas y, en Oslo, bocadillo de rosbif (hoja de fumar, u hoja de tabaco; asquerosa). No les da la gana hacerlo mejor: esa es la conclusión. Gente de paso, gente de pasto.



JAMBA. Los mismos ejercicios gimnásticos bajo los arcos detectores de metal. Los Césares pasaban bajo el arco de triunfo y nosotros, miserables, por esas jambas que pitan, y delatan. No importa el país ni las lenguas. Quítese el cinturón. Abra los brazos. Calle la boca. Enséñeme la bolsa. ¿No sabe que no se puede llevar agua? Y lo contentos que están en las tiendas del aeropuerto con la prohibición. Con el agua que requisan podrían llenar un embalse.



ENCHUFE. En los países nórdicos, encontrar un enchufe para conectar el móvil es tarea sencilla; en España, trabajo de exploradores.



WIFI. En el vuelo de Norwegian, wifi gratis. Y conexión rápida. Antes, volar garantizaba unas horas de tranquilidad y ausencia, de desconexión, de siestas, películas y libros. En estos momentos, gracias a la diabólica wifi, es tiempo de trabajo, obligación y selfis tontos. El avión era un lugar con cierta intimidad donde, obedientes, los teléfonos callaban por orden aeronáutica. Explicar a un interlocutor, mediante WhatsApp, que cruzas Europa y que tardarás horas y que llegarás a casa a medianoche parece importarle poco. Porque estás disponible, aquí y ahora, aunque sea a 10.000 metros de altura.





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