Juli Soler es... Juli




Jui Soler, en el 2009 en Tokio.



Juli Soler es... Juli.

No existe otra definición más precisa... por imprecisa.


Es imposible delimitarlo, señalar el confín.


El Señor de El Bulli no cabe en una red, no cabe en una jaula, no cabe en una habitación, no cabe en cala Montjoi. Mejor frenar la enumeración para esquivar la cursilería. En estos momentos, ser cursis es lo último que debemos permitirnos.


Méritos gastronómicos aparte, –¡inventor de la sala tecnoemocional!–, Juli es un personaje, alguien con carácter, que desborda.

Cariñoso, mucho. Detallista, hasta el tuétano. Preocupado, de forma obsesiva.

Sufría como un mártir el reparto de reservas de El Bulli, sabiendo de la decepción de la mayoría por la imposibilidad de cazar una mesa.  

Peculiar, surrealista, voluptuoso en el trato y los afectos, cachondo, los ojillos de perdiz, o de perro perdiguero, la nariz de boxeador, la flacura que lo hace cimbreante. Es en esa naturaleza donde se ha ocultado la enfermedad.


Porque Juli es... Juli.


¿Cómo distinguir la particularidad de la excentricidad, finalmente dolencia? 


Solo los que lo han tratado saben del julismo, de la jerga.


Una brevísima antología:


«¿Hay cobertura?» (¿se puede fumar?).

«Eres lo mejor que he visto en todo el día».
«‘¿Cómo estás?’. ‘Bien’. ‘Eso es que no me has visto en bañador’».
«¿Feia molt temps que no havies vingut mai?».

Porque Juli es... Juli.


Cuando al verte agarraba tu brazo, sabías que en las horas siguientes escucharías el repertorio completo de frases registradas.


Los suyos, los camareros, los sumilleres, lo quieren, lo respetan, lo escuchan.

No es la cara B de El Bulli, sino la cara A, la a de amable, atento y anfitrión.


Felicita todo lo felicitable con correos en mayúsculas y admiraciones. Quiere fotografiarse contigo y, siempre, siempre, manda esa imagen conjunta, en la que sonríes mientras te tira de la oreja.


Hace un mes, la primera persona que me felicitó el cumpleaños fue él. ¿Cómo lo supo? ¿En qué cuarto de la mente archivó esa información innecesaria? Deseó, como de costumbre, que nos viéramos pronto. Telefoneó a hora Soler, las ocho de la mañana. Podría haber sido antes del amanecer. Dormía poco y mal, madrugaba. Pienso en las maragalladas y tal vez eso sea un diagnóstico. 


Inventor de El Bulli moderno, adivino del talento de Ferran Adrià, intuitivo, poseedor de una agenda de jefe de Estado, traficante de discos en su juventud entre Londres y Terrassa, ha sido fiel a los principios y a los Rolling Stones. Acompañarlo en el monovolumen Chyrsler, necesitado de un plan Renove, era volar entre los riffs de Keith Richards en una AP-7 transmutada en Ruta 66.


Si alguien quiere saber quién es Juli y cuáles sus méritos, tiene tiempo hasta febrero del 2013: será cuando cierre la expo sobre El Bulli en el Palau Robert de Barcelona. Esa historia es universal y viajará a Nueva York y Brasil.


Hay que proteger, blindar y lacrar la memoria de Juli, las vivencias, los recuerdos, las experiencias. Su cabeza es nuestra cabeza.


La familia, Marta –¡Marta!–, los hijos, Pancho, Rita y Júlia, ¿qué decir?, ¿cómo consolar? Estar ahí para lo que sea necesario.


Juli es... Juli. Lo mejor que he visto en todo el día.



[Artículo publicado el sábado 20 de octubre del 2012 en El Periódico de Catalunya]



Comentarios

  1. Tens raó. El conec de fa una pila d'anys. Savi, elegantment excessiu, dominant les situacions des de la seva alçada humana i vital. Recordo el dia en el que em va confiar la seva recepta del fumet de peix per fer una paella. Hi havia whsky i tot! Entranyable, proper, dotat de mil braços i d'un radar potentíssim. Si el veus abraça'l de part meva. Gràcies, amic.

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  2. El fumet deu ser la bomba! Sí, JS, una gran inteligència.

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  3. Se me había escapado tu escrito. Grande Juli!!!

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