Deseo de un buen arroz mexicano















CUERPO. Tengo el cuerpo que puedo mantener.


FÚNEBRE. [Microcuento] Al cruzar por el paso de peatones, lo atropelló un coche fúnebre. Murió de inmediato. Los operarios de la funeraria fueron muy diligentes. Cargaron el cadáver con gran profesionalidad y, generosos, renunciaron a cobrar a la familia el desplazamiento del fiambre.


GAVIOTA. Las gaviotas son cometas sin hilos.


NOCTÁMBULO. La editorial Malpaso, en cuyo catálogo no hay libros de gastronomía pero si de bebercio, ha dado nombre en Barcelona a un restaurante de raíz mexicana. Ocupa en la calle de Girona el espacio de Toc, añorado rincón de Santi y Sandra. Hice un experimento de perseverancia: comí el menú de mediodía de cinco días seguidos. Me gusta que el placer literario tenga continuidad con el placer gastronómico, aunque son negocios distintos y difícilmente complementarios. Existe también la voluntad de que los escritores, que alguna vez fueran noctámbulos, al menos, en los relatos míticos, frecuenten este lugar. De momento parece que confabulan en torno a la pastas de Il Giardinetto.


FERRETERÍA. Vinçon cierra: llorar esa lujosa ferretería es confundir lo que somos con lo que fuimos. Hace mucho que dejamos de ir.


DADAÍSTA. Salvador, el hombre que se encarga del restaurante Malpaso, es un profesional de aplauso: amable, simpático y capaz de encajar las críticas. Han hecho buena elección de manteles, copas Riedel y cuchillos Pallarés, una artesanía de Solsona que demuestran que no son necesarios los filos franceses de Laguiole. Atención al móvil dadaísta de la escalera para adultos niños. Los menús funcionan bien cuando tira lo mex: la barbacoa de cordero, los burritos norteños y el cerdo adobado con cítricos (aunque tendrían que revisar las tortillas). El miércoles fallaron con el rosbif, no por el corte, sino por la insidiosa cebolla frita que me tocó. El auténtico problema llegó el jueves con la paella.


PICANTE. Picante para pasarlo mal la mar de bien.


PAELLA. Durante la semana sugerí (sin éxito) que borraran la palabra paella del menú y dejaran la menos comprometida de arroz. La paella tiene unas reglas fáciles de cumplir, aunque el personal les hace menos caso que a las normas de tráfico. Salieron paellitas individuales (#arrozparauno) cuyo primer defecto fue el exceso de caldo. Necesitaban reposar fuera del fuego algunos minutos. La cubrí con una servilleta de papel y esperé. Para el segundo problema no encontré solución: el exceso de tomate (preguntamos al cocinero y dijo que había usado “tomate frito”) le contagió un sabor dulzón que no hubo manera de superar. Fueron generosos con la gamba y la cigala, de buen tamaño. Verdad es que cada jueves se atenta en decenas de sitios contra la paella y el mundo sigue girando. Pero, ¿por qué empeñarse en servir una paella irrelevante pudiendo servir un buen arroz mexicano?




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