Restaurante Can Vilaró // Barcelona
Can Vilaró
Borrell, 61. Barcelona.
T: 93.325.05.78.
Precio medio (sin vino): 15 €.
Abstenerse ‘biomananes’
Cuando los padres de
Sisco Vilaró se hicieron cargo del bar, frente al mercado de Sant Antoni, los
antiguos propietarios ya llevaban, al menos, “50 años”.
Era 1967, así que en el
2017 sumarán otros 50. Can Vilaró es un restaurante camino del siglo que, sin
trastornos de recetario, renueva la sangre con la tercera generación.
Las tres
hijas de Sisco y Dolors ocupan distintas plazas: Aida en la sala, Alba con la
bebida y Anna en la cocina. No quedan en
Barcelona muchos restaurantes con solera en los que se coma a precio moderado
eligiendo de la carta, o de una pizarra. Visualizo tres: Portolés, Sant Joan y
Can Vilaró. Cualquier otra sugerencia será bienvenida.
Can Vilaró, además,
sirve especialidades casi extinguidas. Mantener viva la casquería –que anima de
nuevo las cartas de chefs como Francis Paniego o de restaurantes madrileños
como La Tasquería— es uno de los logros.
Ese género chico causa aversión o
adhesión y tanto unos como otros expresan el amor o el rechazo de forma
estentórea. Yo soy de los que eligen interiores, sin que medie una creencia
animista en ese acto de comer entrañas.
La víscera facilita intimar con el
animal. Leo la línea lletons amb mongetes
y allí que se me van los ojos. Salteados con las legumbres, están ricos,
golosinas para adultos. Olé los platos feos. No hay aquí belleza, sino
rotundidad y eficacia.
Sigo con el camino de exploración hacia lo profundo:
hígado con cebolla. Aunque con exceso de aceite, es un gustazo mojar pan hasta quemar
los dedos.
Vino básico con tapón
de plástico, Celler Can Pujades, para beber muy frío. Comparto mesa con dos
amigos. Piden empanadillas y huevos al plato. Con gran simpatía, Sisco les
dice: “Cosas demasiado sencillas, ¿no? Dejad que nos luzcamos”.
La idea es
compartirlo todo: que rulen los guisos. Se decantan por las albóndigas --y qué
albóndigas, puntúan entre las mejores de la ciudad—y la carrillera con setas,
también carne que se deshace en la boca. Y hay más contundencia porque este no
es un lugar para biomananes: arenque (demasiada
sal) sobre tostada con tomate y un trinxat
excelente.
Sisco dirige “el
tinglado” con gracia, con ese aire de tabenero salao que habla a los comensales como si los conociera de toda la
vida.
Se adivina una parroquia habitual y de estómago entrenado. Trabajan los esmorzar de forquilla y las comidas:
“Esta mañana hemos servido a unos 50”. Meterse un cap-i-pota a primera hora sí que es un deporte de riesgo y no el
salto base.
El padre de Sisco
“cocinaba caza”. La madre prefería el pescado. Los propietarios originales del
restaurante, los de los primeros 50 años, ya le daban a la asadura.
Sisco se ha
limitado a continuar el legado y eso es lo que le ha transmitido a Anna.
Barcelona es otra, la ciudad es otra, los gustos son otros, pero Can Vilaró
sigue pisando con fuerza gracias al peu
de porc.
Atención: a las obras
del mercado de Sant Antoni, a ver si acaban.
Recomendable para: los que buscan
neorrealismo gastro.
Que huyan: los de ensalada vegana.
Estuve en mi última visita a Barcelona. Esas mollejas, recomendación de Sisco, son para repetir una y otra vez. Y el fricandó. Y las costillas estofadas. Y...
ResponderEliminarY las albóndigas... Es una comida que pide pan.
ResponderEliminarI ell digué: l'ensaladilla n' hi la posem a la nevera.... Redeu!!! Es el gran secret!!!!!
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