El restaurante Le Cucine Mandarosso // Barcelona
Le Cucine Mandarosso
Verdaguer i Callís, 4. Barcelona.
T: 93.269.07.80.
Menú mediodía: 11 €.
Precio medio (sin vino): 20 €.
La cocina, las cocinas
Al entrar en Le Cucine
Mandarosso, la vaharada de la nostalgia. ¿Estuvo aquí aquí la Sopeta Una? Era
un restaurante de iniciación, con unos caracoles à la bourguignonne para evocar. Mantequilla, perejil y cuerpecitos.
Pietro Leonetti sospecha que sí pero sus recuerdos no alcanzan tan lejos: se
instaló en Barcelona como Erasmus en el 2004. Nunca fue cliente de aquel viejo
restaurante, ni hurgó en los caparazones enormes.
Licenciado en historia del
arte, quiso quedarse en Barcelona y se le ocurrió que la mejor manera de llegar
a las personas era mediante la gastronomía.
Ya lo había experimentado como
estudiante al cocinar en casa de los amigos: el intercambio de recetas fue una
manera de intimar.
El nombre del
restaurante, Le Cucine (la otra mitad es inventada, de compleja explicación),
se refiere a “las cocinas”, a esos lugares de cooperación y promiscuidad:
“Es el resumen de todo. Las cocinas de los amigos”.
Amplió la búsqueda de conocimiento a la
familia, residentes en Avellino, en la Campania. Pidió a cada miembro una
receta con la que construir la memoria del restaurante.
Y el día de la
inauguración, que le trajeran recetarios para seguir apuntalando los muros, al
menos ideológicos, del espacio.
Le Cucine es un lugar coqueto que descubre otra
vocación de Pietro, la de decorador. Aunque donde le gusta brillar es en la
pastelería en recuerdo del abuelo Crescenzo, que tuvo obrador.
“El helado de
nata” es el sabor, deslizante, ampuloso, de la infancia. Sirve esa copa en el restaurante
–y qué buena está— y tendrá un lugar de honor en la tienda-pastelería que abrirá
en la esquina.
La burrata de Puglia,
que suministra Mozzakimozza, es leche de vaca para comer a bocados.
El aceite,
griego, procede de una finca de la mujer del padre. Ah, la familia.
Ketty, la
novia, atiende las mesas.
Algunos productos básicos de su ideario, la pasta
(Benedetto Cavalieri) y el tomate (Casa Barone), los importa.
La de la
casarecce con crema de nueces, que me entusiasma menos, es del tío. Ambas están
en el menú de mediodía, a 11 euros.
El canelón relleno de bacalao mantecado es
obra propia y pertenece a la carta nocturna.
En todos, sabores marcados,
claros, potentes.
Pasamos a los postres y sucede la misma excepcionalidad: los
que trabajan tienen que aportar algo.
Jonay, camarero, hace el pastel de queso:
“Es milimétrico, siempre sale igual”.
Andrea, hermano de Pietro, la tarta de
zanahoria.
La caprese de chocolate,
la cassata y el pasticciotto de limón deberían ser detenidos por la brigada
antivicio.
Historia colectiva,
platos compartidos, recetas comunales: la cocina no como reducto del genio individual
sino como expansión del de todos.
Atención: al mediodía,
solo menú y no reservan.
Recomendable para: los que quieran cocina
italiana familiar.
Que huyan: los de “cualquier pasta es buena”.
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