Chino en el contenedor









SALVAR. Son dos programas de televisión, los dirigen dos hombres con el mismo nombre, catalanes, bajitos, espabilados y con barba. Los títulos de ambos espacios derivan del verbo salvar y se diferencian por dos letras. Salvados, de Jordi Évole, y Sálvame, de Jorge Javier Vázquez. Las similitudes finalizan ahí. Uno, orgullo y renacimiento del periodismo. El otro, la parodia de este oficio en suspenso.

CONTENEDOR. , podría ser la definición de Sálvame, pero se refiere a los grandes basureros de plástico que prosperan en la ciudad. En Barcelona es común ver a negros subsaharianos cargando carritos de súper con cartones y otros materiales. Cada vez que observo esos vehículos a tracción humana reventados de cables y restos de electrodomésticos, me vienen a la cabeza dos palabras: Nueva Economía.

CARRITO. Ante al acrecentamiento del parque, los supermercados deben notar la desaparición de carrocerías. Pronto habrá que dejar un rescate de cinco euros para soltar el artilugio del establo.

CHINO. Hace poco vi por primera vez a dos chinos encargándose del buceo en un contenedor. Uno de ellos, bien pertrechado, ceñía la cabeza con una luz a la manera de los mineros. Jamás contemplé en el otro grupo racial más tecnología que la del pincho resignado o escarbador. Se notó enseguida la habilidad china para la inmersión y la supervivencia. Si los ciudadanos asiáticos se están reciclando en removedores de sobras, esta crisis gravísima es ya letal.

PILA. La renovación de los contenedores ha echado a perder las cajitas para pilas. Aquellas burbujas verdes que precedieron a estas naves marrones, grises y amarillas disponían de un cajón para las pilas. ¿Dónde hay que arrojar esos contaminantes? Cargo en los bolsillos los pequeños pesos como un castigo eléctrico.

ENERGÍA. Hay una corriente arquitectónica que habla de salud y tochos. Estudian las energías que recorren las casas como venas. Sospechas venéreas en las paredes. Aplican los principios del feng-shui como si fueran soluciones finales. Un amigo ha adquirido la propiedad de un gurú de la autoayuda, que le ha garantizado que la casa ha estado sometida a un estudio terapéutico. Le pregunto al amigo por qué aquel sanador ha dejado la vivienda y me habla de un divorcio fulminante. Tampoco será un espacio tan salvífico si en su interior se ha dirimido algún tipo de guerra. La casa estará sana pero la pareja terminó enferma.

SUSTO. El artista Perejaume, eremita del Montseny, sube las escaleras de la librería Laie, en Barcelona. En el último escalón se da de bruces con la cubierta de un libro: La comida de la familia, de Ferran Adrià. La melena ventosa, el mentón enhiesto, cabecea compungido, mientras musita y se aparta: “Cocineros”. Perejaume, como otros, no comprende cómo pasó. Cuándo los cocineros comenzaron a ser importantes, cuándo los cocineros comenzaron a ser tratados como artistas, cuándo los artistas comenzaron a ser tratados como pobres cocineros en tenebrosas cocinas.

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