Respirar por turnos




                                     Poeta cambia torre de marfil por vivienda adosada.





RESPIRAR. Una noche tempestuosa de regreso de Bilbao, compartí vuelo con Andreu Mas-Colell, conseller de Economia, en uno de esos aviones con superpoblación en el que los pasajeros respiran por turnos. Los viajeros, encajados en espacios reducidos del tamaño de sillitas de bebé, tienen que sintonizar sus exhalaciones. Si los tres de la fila inspiran y espiran a la vez, la hilada explota. Son aviones concebidos para personas con rodillas de platino y espalda de goma. Imposible salir indemne del viaje. Siempre hay que tener a mano el teléfono de un osteópata, o de un herrero.


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BORRASCA. La tipología del pasaje depende de la hora. En el viaje de ida a la ciudad vasca dominaban los jubilados de vacaciones, que atiborraron el avión de las risas nerviosas de los bisoños en el trastorno aeroportuario. La lluvia, el viento y las nubes espesas contribuyeron a intranquilizar a los turistas, que se santiguaban a cada movimiento, ese segundo en el que la nave se desploma con un golpe seco. Un mambo de una hora fue el baile que impuso la meteorología. Bajamos mareados y con la dentadura en la mano.


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MIEDO. Para variar, el desplazamiento nocturno pertenecía a los ejecutivos, que apuraban las horas de negocio. Atrapado en la conejera, el conseller Mas-Colell parecía ajeno a las sacudidas del aparato, que tenía en un ¡ay! a todos los pasajeros, agarrados a los teléfonos inteligentes como si fueran salvavidas o últimas voluntades. El avión saltaba sobre las nubes dotado de un extraño resorte. La salvación consistía en cerrar los ojos y pensar en la montaña rusa para ver si era posible amortizar el miedo. Con la avidez de un contable de minutos, el conseller devoró The Economist e International Herald Tribune. Un comportamiento masoca. The Economist acostumbra a atizar a la economía catalana con un látigo de siete puntas. Era un espectáculo ver al profesor con las gafas en el entrecejo y la mirada arrugada sobre los papeles. Habituado a las turbulencias de los mercados, soportaba la maraca sin inmutarse.


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ESCONDER. La manera más sencilla para pasar desapercibido es no esconderse. Es algo que Shakira debería de saber en las veladas del Camp Nou. Para seguir las carreras zanquilargas de Gerard Piqué, Shakira ha alquilado una tribuna, espacio privado con vistas al césped donde reúne a los amigos en torno a un catering. Todos saben cuál es el número del mirador que alberga a la inquilina adicta a los disimulos inútiles. Sombrero negro y camisa a cuadros negros y rojos. Solo un gorro mexicano podría hacerla más visible.


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RELOJ. El de Mas-Colell era de plástico. Acostumbrados a las muñecas abusivas, gusta la contención.

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