En memoria de Lluís Feliu (1956-2013). Jugador de póquer
La segunda necrológica, también en forma de crónica de restaurante. Corresponde a una vista de marzo del 2009. Lluís Feliu murió en Navidad. El bazar de Alepo tampoco existe.
Josep Maria (izquierda) y Lluís Feliu, en el 2009. Foto: Joan Castro. |
Jugador de póquer
Gamba, crema de arroz con especias y tomate confitado.
Lluís Feliu planta la
cabeza de la gamba –monumento, ídolo, estatuilla roja– junto a la gramínea
aromatizada, casi líquida. Los jugos del crustáceo van cayendo, goteando,
mezclándose con la salsa blanca, embarrándola. ¿Qué es? ¿Una fantasía asiática,
el perfume del bazar de Alepo? ¿Un risotto en su versión ultramantecosa? Qué más
da. Un platazo. Una manera sutil de aliñar y enriquecer. La evolución de un
arrocito marinero.
Lluís está en racha. Tiene muchos platos que son ases.
L’Aliança, el viejo casino de Anglès. En otros tiempos festivos y con
hombreras, tal vez los 80, algún joven de Girona encontró cobijo bajo la mesa de
billar tras la agitación del baile.
La familia Feliu se hizo cargo del
edificio en 1952, cuando estaba en ruinas. Fundado en 1919, local social de los
payeses, L’Aliança había representado el poder agrario.
Cartas con los bordes
abiertos, humo de caliqueño, sequía y pedrisco, conversaciones preocupadas.
Siempre se cocinó. Roza hoy la excelencia.
Temerarios, los hermanos Feliu, Lluís
y Josep Maria (que se ocupa de la sala), decidieron explorar la resbaladiza vía
de la cocina vanguardista. Si es un camino peligroso en Barcelona, ¿cómo no va a
serlo en Anglès y sus calles estrechas?
En el 2000, Lluís presentó un plato
que solo en el 2009 ha sido entendido: lubina con roquefort y laurel. ¡Toma ya!
El navegante que cruza el Atlántico en solitario es intrépido pero el que mezcla
un lácteo potente con un pescado tiene más agallas que el capitán Acab. “Seguía
la filosofía del jugador de póquer. Apostar sin tener nada. Asustar al otro”.
Lluís recurre a la metáfora porque heredó el casino y le agradan las cartas y el
riesgo.
Sin querer, la cocina de Lluís ha ido impregnándose del ambiente
lento, denso y expectante de las timbas.
Los licores, por ejemplo, que manchan
los fondos de casi todas las preparaciones.
El micuit con Marie Brizard.
El
minicalamar con vermut Perucchi y agua de algas.
Perdiz escabechada con aceituna
y absenta.
“Soy amante del vermut y de la licorería”.
Y el color. Este
autodidacta pinta los platos con optimismo y visión geométrica. Hermoso y
buenísimo el cochinillo con naranja salpicado de cacao (¡con Cointreau!).
Expositivo y limpio, divulgativo, el Pop gros, pop petit, xocolata i bitter.
Nostálgico aquel arroz con azafrán y espardenyes de 1996, que inspiró a otros
cocineros. De repente, la década de los 90, cuando éramos inocentes en lo
gastronómico.
Complejo el guisado de caracoles reconvertido en terrina. Y goloso
y amargo el chocolate, café y haba tonka.
Lluís apuesta y gana porque hay
algo. Siempre hubo algo.
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