Cocina fotocopiada








Aburre la cocina habitual más que la tradicional.

Si excaváramos con afán de paleoantropólogos en los recetarios encontraríamos restos apetecibles. Exhumar platos que ni siquiera son de la memoria porque no nos acordamos de ellos.
Pero nos hemos quedado en la superficie, en ese punto en el que la grasa fría forma una película.

Una carta son todas las cartas: croqueta, burger, patata brava, tartar...

Lo peor es que cada vez es mejor.

De tratarse de bazofia, la justificación para no tocarla se entendería.
Lo desconsolador es que nunca se han comido croquetas tan bien resueltas como en estos momentos al ralentí creativo, así que lo condenable es la fotocopia, esa clonación que conduce al bostezo.

En The Alimentaria Experience, Nandu Jubany embolsó una ensaladilla rusa, cuya peculiaridad era que estaba envuelta en un círculo de patata chafada, que protegía y aportaba cremosidad.

El problema no es la rusa ni la croqueta. El problema es que son todas iguales, sin que se vea la mano reformista de un buen chef .

Si los cocineros quieren seguir por las autopistas de los platos repetidos, al menos que permitan que los adelantemos.





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