El restaurante: Bodega 1900
Bodega 1900
Tamarit, 91. Barcelona.
T: 93.325.26.59
Precio medio (sin vino): 30-40 €
Calificación AAA
Pudiera ser esta una crónica
inmobiliaria más que gastronómica al enumerar las aperturas que impulsa Albert
Adrià Acosta: AAA, triple A en las agencias de rating. Máxima solvencia, cumple con las obligaciones.
En sociedad con los hermanos Juan
Carlos, Borja y Pedro Iglesias, condensa el poderío en el Paral.lel, futurible
Gastronómik Park. Más familia para
Pakta, Tickets y Bodega 1900, el objeto de este comentario.
Los nombres aún son
provisionales, y las fechas, temblorosas.
Hace más de un año que se habla de
esta concentración. La taquería Niño Viejo, el mexicano Hoja Santa
(hasta ahora, Yauarcán); el traslado del 41º, que tendrá una escuela de
coctelería; la ampliación de Tickets; la creación de una línea vermutera, La
Cala, “aceitunas, patatas, salsas, conservas, frutos secos”.
Fuera de la órbita Paral.lel, la inauguración de un beach club en la República Dominicana,
La Playita, los planos ya sobre la mesa.
Hay más, relacionado con la circocina, pero aún no es posible
contarlo. ¡Supera eso Gordon Ramsay!
Concentrémonos en la Bodega 1900: “Mi
primera idea siempre fue esta, incluso antes de abrir Inopia”. Al menos desde
hace un lustro, la vermutería moderna o renovada despliega por la ciudad su
política de latas y hielo.
La cresta del movimiento es la Bodega 1900, donde se
estofa, rehoga o adoba con arte, donde la cocina no es complemento de espumas y
licores sino la razón.
He ido varias veces y me ciño aquí a
la última comida, donde sobresalen los guisos, “uno cada día”. Se vuelve a guisar
con ganas y sin emboscadas, con producto de calidad y frescura, repudiando
aquellas cazuelas fermentadas.
Embobado con la melosidad del bonito confitado
en salsa catalana –qué bueno, AAA–, muevo el pan por la salsa de los callos con
garbanzos, las albóndigas con sepia y los guisantes con butifarra, a los que le
sobra el cep, potente como un
pisotón.
Cocina Pedro G. Asensio, dentro y fuera, en el mármol de la entrada
donde habita lo frío, y dirige la sala Àngel Geriz con salero bodeguil.
Antes de llegar al apartado
guisandero, tomé pequeñas maravillas de alta cocina popular, primero con el
preceptivo vermut, un coupage de
Martini, y después con cañas de Estrella sin pasteurizar, cerveza recién ordeñada.
Es antológico el corte de vaca
rubia gallega, que ha madurado en manos de un carnicero belga, curada con sal,
azúcar y hierbas.
Y le sigue en excelencia la caballa ahumada, la mojama casera
y el fuagrás a la brasa, bocado de humo.
Me entusiasmo con esa reinvención del
bocata que es el mollete de calamares con kimchi y chile chipotle. El pastel de
chocolate es seda oscura.
“¿Dónde está el límite entre una
tapería y una bodega?”, se pregunta. Si las agencia de rating calificaran la gastronomía, recibiría la triple A, Albert
Adrià Acosta.
Atención a: la entrada, donde se come
sin reserva.
Recomendable para: los nostálgicos de
El Bulli, con recuerdos en las paredes.
Que huyan: los alérgicos al
adrianismo.
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