El restaurante: Monvínic
[Ariadna Julian, ex de El Fil d'Ariadna, en Sabadell, se ha hecho cargo de las cocinas de Monvínic]
Monvínic
Diputació, 249. Barcelona.
T: 93.272.61.87,
Precio medio (con vino): 50-60 €.
El jarrete como pilar
A Sergi Ferrer-Salat, empresario
farmacéutico, bodeguero, melómano y mecenas, se le ve aligerado. Sabe de
dolores de cabeza porque el medicamento que más vende lo alivia. Con el chef
que acaba de fichar para Monvínic, Guillem Oliva, espera diluir la jaqueca
gastro.
En octubre del 2013 fueron reseñados sus platillos rustilux –rusticidad lujosa–
en La Biblioteca Gourmande, reconocida a final de año como una de las mejores
aperturas. 2013 fue ubérrimo en estrenos y catastrófico en continuidades.
Incluso Enrique Valentí, con un desconcertante silencio, dejó en noviembre Casa Paloma y Chez Cocó y afila nueva proyectos.
La idea inicial de Ferrer-Salat era
que Guillem compaginara la dirección de ambas casas, si bien el cocinero
prefirió abandonar la sociedad que compartía con el otro dueño de La Biblioteca
Gourmande. “Monvínic ofrece un espacio espectacular, es para volverse loco. Da
visibilidad, tienes recursos, todo luce más. Ahora hay que evolucionar”.
Acompañado
por Héctor Barbero y Pol Contreras, Guillem quiere que su cocina esté a la
altura de Monvínic, “de la complejidad del local”, de las 3.500 botellas que
almacenan en esas cavas que son como la Reserva del Tesoro de la enología.
Este
centro del vino, que Ferrer-Salat descorchó en julio del 2008, comienza una
obra discreta con la ampliación de la cocina; una compleja, el traslado al otro
lado de la calle de la bocadillería Fastvínic y, en el horizonte, la
construcción de un hotel. Ferrer-Salat, prepara el paracetamol, que lo
necesitarás. Señala como colaboradora necesaria para la expansión a Clara
Saludes.
Con César Cánovas al frente de los
sumilleres, bebí líquidos alemanes, australianos, húngaros y eslovenos.
Km 0
para los ingredientes, Km 3000 para las botellas.
El syrah St Hallett del 2008 fue
un gran compañero para el jarrete de ternera al horno, presentado en la sala
con el hueso, cocina totémica o de adoración. Pieza de anticuario, grande,
tribal, poderosa, y muy buena. Era difícil saber si el syrah influía sobre el
jarrete o era al revés.
“Una cosa que me molesta es esperar
entre plato y plato. Quiero que la cocina fluya, que no haya tiempos muertos,
así que los hemos pensado para compartir”, razonaba el empresario.
Aparecieron,
en tablas y cazuelas, variadas suculencias. De primerísima, los cortes de
butifarra de lletons y pistachos, el
tartar de corvina marinado sobre blinis, la quiche, la cansalada del coll con huevas de salmón.
La pastilla marroquí
estaba sobrepasada por el dulce y, en la sobrasada, la manzana pintaba poco.
El
macarrón gigante (paccheri) pasado
por la sartén tenía un problema de ingeniería: se escapaba el relleno. Pese al
inconveniente, estaba bueno.
Atención a los postres: Pol es talentoso. La cazuelita de avellana era más viciosa que una partida de póker.
Atención a los postres: Pol es talentoso. La cazuelita de avellana era más viciosa que una partida de póker.
El jarrete de ternera con su hueso como
columna sin adornos de la nueva etapa de Monvínic.
Atención al: bar de vinos de la entrada, con menú de 22€.
Recomendable para: enófilos sin fronteras.
Que huyan: los que quieren mesa propia porque aquí son 2 y largas.
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