Memoria en aguarrás











VIERNES. Estás más pasado de moda que hacer un #FF (#FollowFriday) en Twitter.



PRESIDENTE. Un té de media tarde en un hotel con el novelista Alberto Vázquez-Figueroa, que trabajó con Adolfo Suárez: “Encontré a su hijo y me explicó cómo estaba”. El hijo se acercaba al doliente: “Papá...”. Y Suárez respondía con el vigor agotado y la memoria en aguarrás: “¡Presidente!”. Al instante, contaba Vázquez-Figueroa, ya no se acordaba de quién había sido. Ni padre. Ni presidente. Temía el escritor esa decadencia, ese dejar de ser, ese dejar de recordarse.



MEMORIA. ¿Qué es más importante, recordar o ser recordado?



REINVENTAR. Al próximo que exprese esa idea pastosa y carcomida, “hay que reinventarse”, habría que taponarle la boca con una bolsa de chucherías. Exigimos que las frases que comiencen con “hay que reinventarse” incluyan “cómo”.



EMIGRANTE. Todos somos inmigrantes, todos somos extranjeros. Hace entre 60.000 y 100.000 años, el homo sapiens salió de África.


ESPUMA. La espuma es alegría mezclada con aire.



GAFAS. Un sábado por la noche, antes de la cena, en ese centro de Barcelona donde la estadística es agobiante: por cada nativo hay cien forasteros. En una tienda de souvenirs sofisticados, un oriental con las gafas de Google. Polifemo u oftalmólogo escapado de un quirófano en el momento de operar unas cataratas. Con este cacharro se supone que el japonés o coreano profundiza en la realidad, sobreponiendo informaciones. Nos adentramos en el barroco digital.



CÍCLOPE. Lo que estaba pasando era lo contrario. La captura sucedía en la superficie. El objeto de la mirada era él, el hombre con el ojo electrónico. En lugar de observar, el cíclope es el observado. Un día, los monstruos dejarán de pasear entre nosotros. Con el parche de cristal, seremos uno de ellos.



ABREFÁCIL. Ese amigo cree que sabe cocinar. Los años 80 y 90 destruyeron el corazón de la cocina con la mejora del abrefácil. Lata anillada, paquete o bolsa con línea de puntos por la que recortar. Ese amigo que cree que sabe cocinar resume su arte en dos pasos: cocer la pasta y abrir el bote de pesto. No preparar el pesto, sino desenroscar una tapa. Cuando intento razonar que esa actividad tiene que ver con la gimnasia antes que con la gastronomía, no lo entiende. “¡Si me salen unos macarrones al pesto fantásticos!”. Es posible, aunque cocinar es algo más que ir al supermercado: trata de la transformación. Es una manera de meterse en la realidad a la que nunca llegarán las Google Glass. Podría complicarse e incluir en el acto el amasamiento de la pasta, pero quedémonos con la simplicidad de elaborar esa salsa con albahaca. No está de acuerdo. Encender el fuego, hervir los macarrones, calentar el pesto, mezclar. Eso es cocina, dice.



ESPUMA (Y 2). El sentido de la espuma es desbordar. Pasado el impulso, la tristeza.





Comentarios

  1. Y encima calienta el pesto, digo yo, no viene con instrucciones el pote ese?

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  2. Sí, chico, cosa de los aprendices. Dice que eso es cocinar.

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