Herirse con la nostalgia














CLAQUÉ. Los zapatos de claqué hablan morse entre sí.


DESOLADOR. En una de las entradas de Barcelona –en el primer semáforo que convierte la autopista en calle– el pobre que pide habitualmente –un hombre que arrastra los pies y la tristeza– se ha encasquetado un gorro de Papá Noel. La imagen es desoladora. En lugar de representar la alegría, la prenda roja señala de forma evidente, como una flecha rota, la miseria del hombre.


ASCENSOR. Todos dejan al ascensor porque es un colgado.


SOMNÍFERO. La 2 encadena noche tras noche películas señaladas del cine español sin atender a una cronología. En una de esas, recupera Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, y la decepción es mayor que la de un vino envasado en tetrabrik. Un sainete a lo Woody Allen con decorados teatrales, hombreras gigantescas y pantalones de pinzas por encima del ombligo. Aburre y, al llegar a la célebre escena del gazpacho con somníferos, el tedio es insoportable y no hay necesidad de pastillas para quedar dormido.


POLLO. Me miró como un pollo sin cabeza.


COTORRA. El anciano está sentado en un banco de ese paseo en el que las cotorras han aniquilado a las palomas. Las cotorras hacen compañía: permiten a los solitarios escuchar voces remotamente humanas. El señor mayor se levanta y orina a la vista de todos. ¿Qué hay que hacer en este caso? ¿Qué urgencias lo han llevado a la incómoda situación, principalmente para él? Callas y miras hacia otro lado. Por suerte no hay ninguna de aquellas mujeres con cabello estratosférico que grita: “¡Marrano!”. Sufres la vergüenza porque es su vergüenza.


LÁPIZ. El lápiz se hace pequeño a medida que se vacía de pensamientos.


NECIO. En dos escenas de El puente de los espías, de Steven Spielberg, aparecen multitudes que leen diarios. Sucede en los transportes públicos. Qué tiempos aquellos en los que la gente confiaba en el papel y no en la electrónica. Qué goce imaginar a los lectores con tinta en los dedos, impregnados de noticias que entonces se creían frescas, aunque comenzaban a amarillear. Nada de eso sucede ya y herirse con la nostalgia es consuelo de necios.


MANTECOSO. El restaurante ha abierto recientemente y ha recibido elogios, críticas algo mantecosas. Un hombre y una mujer se sientan –han estado otra vez y conversan con el chef–, miran el menú de mediodía –de precio medio– y hablan. Llega el primer plato, callan y alzan los móviles. Fotografían la vianda. Sin hablárselo, de forma automática, exteriorizando un gesto nuevo, inexistente hace –pongamos– cinco años. Se supone que enviarán las imágenes a las redes sociales y que uno retuiteará al otro. A diario se documentan millones de platos no para demostrar que comemos, sino para demostrar que comemos mejor que los demás.





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