Restaurante La Cova Fumada // Barcelona
La Cova Fumada
Balauard, 56. Barcelona.
T: 93.221.40.61.
Precio medio (sin vino): 10 €
La bomba, la leyenda
La Cova Fumada es un
fenómeno que supera lo gastronómico. A las 15.00 horas de la tarde cierran los
portones. Quien no está en la lista de Josep Maria Solé no entra.
Llega una
pareja de indios: han leído en una guía sobre este espacio de resistencia. Ven
la cola y preguntan. Los clientes, amables, responden. Los clientes son
vecinos, ciudadanos de la república de la Barceloneta que, como los guiris,
aguardan el turno. Disciplinados, pacientes, resignados. “Si no estás en la
lista, no entras”.
Esta puerta, que vigila 70 años de historia, es más difícil
de atravesar que la de la última discoteca de moda. Los indios aseguran que
volverán por la noche. Que Ganesha se apiade de ellos: los horarios que rigen
aquí corresponden a extraños relojes.
Al rato, Josep Maria
viene a buscarme. Paso por detrás de la barra, donde se afana Magí, el hermano.
Al frente de la plancha y los fuegos, la madre, Palmira, y Magí y su hijo
Guillem. Voy solo, pero entramos tres. Nos sientan juntos. Josep Maria dice:
“De aquí han salido muchas parejas. Personas desconocidas que se han compartido
mesa y que han intimado”. Ellos son primos; uno, del barrio, cliente habitual
de la casa; el otro, constructor de cocinas.
Pido bacalao, vale, no hay
bacalao. Calamar con garbanzos, mejillones a la marinera y una bomba.
La bomba,
tapa emblemática de la casa, de la Barceloneta, de Barcelona. Fue obra de la
abuela Maria “en 1955”, afina Josep Maria.
Bodega primigenia, evolucionó hasta este
comedor de barrio. El origen del invento es una croqueta, es Tarragona, es el allioli.
“La primera versión llevaba
carne con piñones”. Magí, el padre, tenía mucha gracia vendiéndolas. Allioli y salsa picante con aceite y
cayena y… Josep Maria calla. Ha dicho suficiente. ¿Doble rebozado? ¿Una fritura
andaluza? No sé.
Cuenta una cosa más: “Un día un vecino llamado Enric la probó
y dijo: ‘Esto es la bomba’”. Apunten, historiadores de lo cotidiano.
Se trata de un negocio
formidable: un vino blanco, un vino tinto y una marca de cerveza. Ni complicaciones
de estoc ni malabarismos con las botellas. Bullicio, trajín, velocidad, calor.
“La gente viene porque la comida está buena, no por mi simpatía”, bromea el
dueño (¿o no?).
La bomba es sensacional: rebozado crujiente, patata, carne y
las dos salsas.
Los mejillones están en su punto, así como el calamar, con unos
garbanzos demasiado gruesos (pero bien cocinados).
Porrón de vino batallero,
adecuado al ambiente. Mis vecinos me dan a probar el capipota, también con nota. Café con ron. Cocina popular en un ambiente
popular a precios populares. ¿Resultado? Seguidores por doquier.
Vuelvo a la bomba. Es
ligera, pero no se deshace.
Explica Josep Maria que un programa de tele con
gran audiencia le propuso que explicara la receta. Declinó salir. Es su
patrimonio.
Muchos restaurantes preparan bombas. Son otra cosa, son otras
historias. Estas son leyenda.
Atención a: las bombas.
No probarlas es delito.
Recomendable para: los arqueólogos de lo
gastro.
Que huyan: los que se agobian en lugares
atestados.
Un dia el germà que s'en cuida de les begudes, li vaig demanar unes bombes, capipota i retalls de pop, i em va contestar amb aquesta serietat graciosa que tenen, ho sento pero jo soc el sommelier, ho has de demanar al meu germà!!!!
ResponderEliminar...es part de l'encant i de la seducció d'aquest lloc.