El mini buen rollo de los guisantes





En un día más feo y espeso que la política laboral del Gobierno, ha aparecido un poco de luz verde en la mesa entre la ensalada y los macarrones: los primeros guisantes de la temporada, diminutos (no lo parece en la foto), leves, crujientes, una concentración mini de buen rollo.

Goretti, que es quien los planta y los cuida, ha ido a buscarlos a la terraza. También me ha mostrado los pimientos, aún como la uña de un oso.

Los hemos abierto y, como una golosina, han sido desventrados y comidos uno a uno. Dulces, dulces, pequeñas explosiones en el paladar.

Entusiasmado, he chupado y masticado la vaina: era azúcar. Me ha recordado el sabor de la stevia, incluso con el requiebro amargo del final. Me ha parecido excesivo mojarla en el café. Mis hijos, sensatos, han dicho: puag.

Un apunte de cocina funky sin cocina. El guisante funky.

El primer regalo de una primavera que no se atreve.



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