Paleovanguardia







Tuétanos, insectos, fuegos enterrados, brasas, pieles, calaveras, salazones, ahumados, fermentados.

Hay un resbaladizo discurso al que algunos mercaderes han puesto el nombre de postvanguardia para intentar demostrar que la vanguardia –otro término inconcreto– está finiquitada. Hay que mantener la feria y los caballitos en marcha.

Según estos filósofos, los nuevos chefs –¿nuevos?, qué cosa, no hay ni uno de ellos que no lleve en el oficio al menos un par de décadas– miran en el pasado para construir el presente. Mala noticia: eso nunca ha dejado de suceder.

Desde hace un millón de años, desde el fuego, y aún antes, con las herramientas de piedra (hace 2,8 millones de años), la cocina ha evolucionado empujada por las técnicas y por las ideas. ¿De qué otra forma puede avanzar? Negar la técnica es negar al homo sapiens.

De ser verdad el discurso, vivimos una involución. ¿Postvanguardia? ¡Retaguardia!

Lo que sí puede ocurrir es que algún avispado abra un paleorestaurante y llame paleovanguardia a su repertorio de crudezas.

Pronto llegará el comedor de los Picapiedra.






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