Restaurante La Bellvitja // Barcelona
[Este restaurante ha cerrado]
La Bellvitja
Hospital, 38. Barcelona.
T: 93.461.82.46.
Precio medio (sin vino): 20-25 €.
Menú mediodía: 15 €.
El chef que estudia
Cuando conocí a Carles
Ramon, barra cerrada de rabino, y conversamos sobre libros antiguos y una
primera edición de La cuynera catalana
(1835) que anhelaba, y para la que ahorraba, estuve seguro de lo que los platos
habían anticipado: no estaba en la cocina para ganarse la vida, sino que la cocina
se había cobrado otra vida.
Al anunciar el dulce
de leche de rossinyol con pastelito
de boniato, le comenté lo infrecuente de usar setas en los postres y que
recordaba un final pletórico entorno a ese hongo. Y él dijo: “Hisop”. ¿Cómo lo
sabía? La crema catalana de rossinyols
de Oriol Ivern del 2008. “Intento informarme”. Apuntad, jóvenes chefs y
gastrónomos imberbes.
Comí muy bien en La
Bellvitja un mediodía en el que el chef titular, Carles, compartía fuegos con Josep
Carbonell, el responsable de los restaurantes de Brindisa, cinco en Londres y
este de Barcelona.
Josep vive entre ambas
metrópolis con esa rara nostálgica del que ha vuelto a casa sin volver del
todo: “Los mercados conectan los establecimientos. Hay un puente entre La
Boqueria, aquí al lado, y el Borough Market, vecino del cual abrimos el primer
restaurante, London Bridge”.
La Bellvitja santifica
una antigua capilla, aunque la catedral –toma tópico– es el mercado. Un cartel
anuncia “la mejor carne de la Boqueria”, con precios oscilantes como si fuera
la bolsa.
Empecé con un cáliz de Oriol dels Aspres 2013, para seguir con
Titella 2011.
A la coca de setas con
cecina de El Capricho y huevo poché de codorniz le falló la base, que se rompió,
lo que impidió alzar el conjunto.
La terrina de fuagrás con gelatina de rafafía
sedujo.
El morro de bacalao con parmentier
de trompetas de la muerte (¿para qué el rovelló en escabeche?) fue una magnífica
película en blanco y negro.
El plato que más alabé
llevaba calamarcitos salteados con butifarra negra e hinojo: bravo por el punto
de cocción del molusco y la armonía de este con el bulbo y la chacina.
Bien,
sin más, la presa ibérica con calabaza y cebollitas.
Carles estaba orgulloso
del Hypocras (mascarpone, naranja, pa de
pessic, sorbete de vino), pero a mí me encantó el postre con rossinyols.
Ese día picoteaba en
la barra Mark Lavery, hermano de Monika, fundadora de Brindisa, con una curiosa
historia: es el único elaborador de vinos del Moianès y vende su Clos Colltor
en la carta del establecimiento con una referencia a la nueva comarca catalana.
Queda pendiente probarlo.
Carles, un chef que estudia,
querría trabajar recetas medievales y modernistas, profundizar en la casquería.
Lo hace tímidamente porque el público, tan conservador, es reacio a las
lecturas históricas: una paradoja.
Este barrio del Raval, nacido fuera de las
murallas, es un pastiche de épocas y personas y orígenes y clases y arquitecturas
y todos esos estratos caben en La Bellvitja.
Atención a: la
coctelería en la segunda planta del edificio.
Recomendable para: descansar del barullo de
la Rambla.
Que huyan: los de falafel y kebab.
Comentarios
Publicar un comentario